jueves, 25 de febrero de 2010

San Francisco: Santo Patrono


....San Francisco fue un guardián; mantuvo vigilancia sobre todas las criaturas. Su lenguaje utilizó todas las palabras que hablan de amor, de atención, de vigilante preocupación, de ayuda a todo lo que es humano, presencia ante la pena, de ayuda en la adversidad y de compunción. Pero estas palabras constituyeron, al mismo tiempo, acción, puesto que tuvo la presencia y la simpatía, la ternura, el fervor y el fuego ardiente que constituyen la gama íntegra del amor.

Y por esta multitud de humanísimas imágenes, los artistas de todo el mundo se han consagrado fervorosamente a recapturar su forma y su expresión. Su beatitud, su oración y su labor, sus andanzas y sus arrestos, la celda cerrada y el tiempo inclemente. La magia divina esculpió el friso de su vida, ambulatoria y al mismo tiempo fijada a un objetivo. Su ambición, alterada por su pasión, era una y la misma.

San Francisco presenció las luchas de la Edad Media sin contagiarse con su fiebre. Es el vagabundo de todos los senderos de la Umbría; le vemos caminando y vemos todo lo que encuentra en su camino. Aquí dio refugio y consuelo, más allá solucionó conflictos, remedió humanas miserias sin causar humillación; corrigió sin la brusquedad de la llamada "ira santa".

San Francisco era de una sensibilidad extremada. En él, los cinco sentidos eran divinos. Tocaba la carroña sin repulsión; consideraba su igual al de elevada alcurnia y al vulgar; respiraba animosamente los aromas de la Umbría y sin volver la cara se mezclaba con el populacho de la plaza del mercado. Tampoco se airaba ante las bravatas de los poderosos. Y llegaba aún más lejos, aunque ni sus priores ni sus hermanos se lo hubiesen pedido. Cuidaba afectuosamente de animales, aves y plantas. Encontraba la cosa más natural del mundo aproximarse a las bestias salvajes, cuidar de las abejas, amparar al halcón, cantar, sí, cantar, en exquisitos versos latinos al sol, al agua y al fuego y aun alabar aquello que llamamos inanimado, en una especie de amor filial hacia aquel Planeta que consideraba como partícipe de la Divinidad, porque Cristo Nuestro Señor se dignó descender a él para redimirlo primero con su Sangre y luego con su Gracia.


Gabriela Mistral
Discurso de agradecimiento
Premio de las Américas (1950)
Universidad Católica de Washington

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