martes, 23 de febrero de 2010

Los pies


Los caminos se acuerdan de ellos, todavía, como se acuerda la frente de una caricia.

Porque San Francisco iba siempre de camino. El dolor de los hombres, pensaba, está esparcido por el mundo y hay que ir buscándolo.

Los pies del Pobrecillo eran nerviosos y estaban vivos como esas hierbas que por un toque de luz en el ápice, parecen moverse sin viento. Por el color se parecían a aquellas hojas del álamo que el otoño hace transparentes y sonrosa en las puntas, y por lo ágiles, eran como si también tuvieran pecíolos como una hoja.

Sólo cuando camina por las ciudades llevaba un pedacito de sandalia bajo las plantas; si atravesaba el campo iban desnudas, besando esta tierra que es también el rostro de Dios.

Al llegar a un arroyo, los abandonaba en el agua, que cantaba en sus dedos como en las guijas. Después se secaban al sol, y este calor tierno se los hacía sentir como pajarillos.

Iban en sus pies los olores de las hierbas y por ellos se conocía qué caminos italianos habrían atravesado, campos de hierbas buenas o de cebadas.

Las hierbas solían gemir en las tardes dulcísimas por su recuerdo: ¿Por dónde andará ahora el Pobrecillo? Sólo él atraviesa sin doblarnos.

Y es que pensaba que la excelencia de las manos está en que toquen sin tocar, como el aliento, y la de las plantas en que resbalen sobre el mundo. Y pensaba también que el dueño de la tierra no la huella, y que nosotros le hundimos demasiado sus céspedes. Y así iba él por el tapiz de este mundo, como si fuese prestado y precioso.

Acariciando sus pies enjutos, tal vez les decía: esos son los servidores menuditos del alma; se los dio mi Señor y la llevan con diligencia hacia donde la está llamando la misericordia.

Amaba sus uñas, que son como el esmaltillo de la carne y las cortaba con esa gracia con que iba despuntando el extremo seco de los rosales.

Motivos de San Francisco
Gabriela Mistral

No hay comentarios: