sábado, 30 de marzo de 2013

sábado, 2 de marzo de 2013

La Navidad de Francisco




El calendario festivo de la Iglesia no se ha desarrollado primero en atención a la Natividad de Jesús sino a partir de la fe en su resurrección. La fiesta primordial de la cristiandad no es, pues, la Navidad, sino la Pascua. En efecto, solo la resurrección ha fundado la fe cristiana y ha dado origen a la Iglesia. Ser cristianos significa vivir de forma pascual, basados en la resurrección, la misma que se celebra en la fiesta semanal de Pascua, es decir, el domingo.
La fiesta de Navidad, sólo adquirió su forma definida en la cristiandad a partir del siglo IV, cuando desplazó a la fiesta romana del sol invicto y enseñó a entender el nacimiento de Cristo como la victoria de la Luz Verdadera.
Sin embargo, esa especial calidez humana que en la Navidad nos toca tanto que ha llegado a superar ampliamente la Pascua en el corazón de la cristiandad, sólo se desarrolló en la Edad Media. Fue Francisco de Asís el que, a partir de su profundo amor al hombre Jesús, al Dios-con-nosotros, contribuyó desarrollar esta nueva visión.
Lo que motivaba a Francisco era el anhelo de cercanía, de realidad, el deseo de tener una vivencia muy presente de Belén, de experimentar de forma inmediata la alegría del nacimiento del Niño Jesús y de comunicar esa alegría a sus amigos.
Esa celebración nocturna del pesebre ha contribuído decisivamente a que se desarrollara la costumbre navideña más hermosa: la de montar “pesebres”, “belenes” o “nacimientos”.
La noche de la celebración regaló a la cristiandad la fiesta de la Navidad de una forma totalmente nueva, de modo que la afirmación propia de esta fiesta, su especial calidez y humanidad, la humanidad de nuestro Dios, se comunicó a las almas y dio a la fe una dimensión nueva. La fiesta de la resurrección había orientado nuestra mirada hacia el poder de Dios que vence a la muerte y nos enseña a poner nuestras esperanzas en el mundo futuro. Pero ahora se hacía visible el amor indefenso de Dios, su humildad y su bondad, que se exponen a nosotros en medio de este mundo y nos quiere enseñar en su propia manifestación una nueva forma de vivir y de amar.
La nueva dimensión que Francisco ha regalado a la fiesta de Navidad con su fe, penetra el corazón y los sentimientos: el descubrimiento de la revelación Dios contenida precisamente en el Niño Jesús. Justamente así se hizo Dios verdaderamente “Emanuel”, Dios con nosotros, de quien no nos separa barrera alguna de alteza o lejanía; como niño se nos ha hecho tan cercano que, sin temor, podemos tutearlo, tratarlo de TU en la inmediatez del acceso al corazón de niño.
En el Niño Jesús se manifiesta de la forma más patente la indefensión del amor de Dios: Dios viene sin armas porque no quiere conquistar desde lo exterior, sino ganar desde el interior, transformar desde dentro. Si acaso hay algo que puede vencer al hombre, su arrogancia, su violencia y su codicia, es la indefensión del niño. Dios la asumió para sí a fin de vencernos y conducirnos a nosotros mismos.
No olvidemos aquí que el título de mayor dignidad de Jesucristo es el de “Hijo”, Hijo de Dios. La dignidad divina se menciona con una palabra que designa a Jesús como niño perenne. Su infantilidad se encuentra en una singularísima correspondencia con su divinidad, que es la divinidad del “Hijo”. Así, su condición de niño es una indicación del camino por el cual podemos llegar a Dios, a la divinización. Desde allí deben entenderse sus palabras: “Si no cambian y se hacen como niños, no entrarán en el reino de los cielos” (Mt 18, 3).

Quien no haya entendido el misterio de la Navidad no ha entendido lo decisivo de la condición cristiana. Quien no lo haya aceptado, no puede entrar en el reino de los cielos: eso es lo que Francisco quería traer de nuevo a la memoria de la cristiandad de su tiempo y de todo tiempo futuro.

Joseph Ratzinger
Benedicto XVI