martes, 10 de noviembre de 2009

Cuajada y fermento


En el campo se trabaja con la vida. Quizá sea el aspecto más característico de los trabajos rurales. Aquí hay que respetar los ciclos y hay que acompañar procesos. La vida es así. Nadie puede sembrar trigo en Navidad y cosecharlo en Pascua. Por más tierra que mueva, si no respeta las leyes de la vida, lo único que consigue es perder tiempo. Cada cosecha tiene su época, y está precedida por la siembra, los laboreos y el crecimiento. A la vida hay que acompañarla y alimentarla. No se la puede inventar ni apresurar.

Esto sucede así, hasta cuando se hace el queso. Algunos creen que al queso se lo fabrica. Pero en realidad nace y madura como cualquier realidad que tiene vida.

No quiero hacer alardes de conocimiento. Simplemente comparto lo que yo mismo aprendí desde pequeño y luego comprendí siendo ya mayor. Esto es bueno que lo sepan todos aquellos a los que les gusta el queso.

Dos grandes realidades intervienen en su nacimiento: la cuajada y el fermento. Lo primero, en realidad es algo muy sencillo. Todo es cuestión de tener un poco de verdadero cuajo. Una pequeñísima cantidad se mezcla con un gran volumen de leche, y en poco tiempo se opera una crisis en la tina. Lo sólido se condensa en la masa, y el líquido se separa formando el suero. Todo depende de la fuerza vital del cuajo. Este verdaderamente es una fuerza poderosa que actúa en forma inmediata, y su función es muy precisa: obliga a optar, separa, discierne la realidad profunda y a cada cosa le da su identidad.

Pero si todo quedara ahí y se pretendiera poner el resultado en un molde, sólo se conseguiría un queso insulso, o lo que es peor, uno se expondría a que el producto fermentara de manera imprevisible. Se hace necesario el fermento.

Se trata de otra relidad viva. Un pequeño volumen de leche ha sido previamente esterilizado, y llevado a una temperatura óptima aislándolo de las corrientes de aire y de las moscas que pudiera haber en el lugar. Se le ha dado todo el tiempo necesario para que en él se desarrolle la vida de ciertas bacterias bien definidas, generalmente oriundas del lugar y que allí se han sembrado con sumo cuidado, luego de haber constatado su pureza. Con el fermento se es muy exigente. En él no pueden admitirse interferencias de otros fagos, es decir de vida extraña o contraria.

Este volumen de fermento es relativamente pequeño, en comparación con el total de la leche que se está cuajando. Pero la intensidad de la vida que tiene, hace que toda la masa adopte su proceso y reproduzca sus notas fundamentales. Produce un efecto similar al de la levadura en la mas del pan. De él depende el gusto y la identidad específica. Un queso es de esta variedad, y no de otra, gracias al fermento que lo ha hecho madurar. El le da el sabor, el aroma y la consistencia. Y por lo tanto su valor propio.


Muchas veces he sentido discutir el problema de lo que es prioritario en la evangelizacíón de la juventud. Algunos afirman que debería ser masiva, a fin de abarcar la totalidad de los jóvenes mediante el anuncio escueto de la buena noticia de Cristo Nuestro Salvador, para que los jóvenes opten. Otros afirman que se deben preparar grupos de vida intensa, que introducidos en la masa la vayan fermentando por su fuerza propia.

Creo que las dos realidades están muy lejos de oponerse. Se exigen mutuamente. Un anuncio masivo, que lleve a la opción, debe ser cualificado por la acción de grupos de una intensa vida espiritual y comprometida. Estos grupos no se improvisan. Necesitan ser preparados cuidadosamente y con una dedicación atenta.

Cristo mismo gastaba mucho tiempo con las multitudes, a las que dedicaba a veces jornadas enteras. Anunciaba la realidad del Reino, y la misericordia del Padre. Pero luego en privado, preparaba intensamente a su grupito de discípulos, para que fueran fermento, sal y luz. Con ellos era muy exigente.


Cuentos rodados
Mamerto Menapace

domingo, 8 de noviembre de 2009

El científico y la rosa


Se trataba de un científico en serio. No de un guitarrero. Le habían pedido que estudiara los problemas de una planta de rosa que estaba pasando por dificultades en su período de floración.

Tomó las cosas muy en serio. Primero estudió la tierra. Descubrió que estaba cerca de una pared cuyos cimientos llegaban hasta la tosca. La greda extraída había sido tirada precisamente en el lugar donde luego tuvo que estar el rosal. Se trataba de una tierra con historia y con condicionantes en parte negativos. Además, toda la lluvia que caía sobre aquella parte del tejado, se descargaba en el alero que daba justo sobre la planta. Podía suceder que a veces hubiera un exceso de humedad. Carecía de sol por la mañana; en cambio de tarde lo tenía en demasía, por el reflejo de la pared encalada que le devolvía duplicado el calor.

Había muchos porqués en la historia previa de su tierra, y en la geografía que le tocaba compartir. Pero también los había en su propio ser de rosal y en la historia de su crecimiento. Porque la variedad no era la más adaptada a este clima. Fue plantada fuera de época, y de pequeña había sufrido un serio accidente que por poco termina con su existencia.

¡Cuántos traumas y condicionantes! Realmente al leer el informe, era como para desesperarse.

¿Qué se podía hacer? Aparentemente se trataba de circunstancias irreversibles. o muy poco variables ya.

Pero aquí estaba, a mi parecer, la equivocación. La suma de todos los porqués del pasado de la rosa, no daban ninguna explicación sobre el para qué de su existencia allí, en ese lugar y en esas condiciones. Todos los porqué se referían a su pasado, y eran simplemente informes sobre la realidad existente y comprobable. Y lo que en realidad interesaba era el presente de la planta y su futuro.

Fueron nuevamente al científico, para pedirle un consejo. Más que ello, quizá, quisieron saber para qué la planta estaba justamente allí y no en otro lugar. Para qué se le pedía a la pobre rosa que viviera en esa geografía e historia con tantos condicionantes negativos. Y el hombre, que era un científico, no un guitarrero, les respondió:

-Eso no me lo pregunten a mí. Pregúntenselo al jardinero.

Y era cierto. La respuesta estaba integrada en un plan mucho más amplio que el de la simple historia comprobable de la planta. El jardinero tenía un proyecto en su totalidad, que abarcaba todo el jardín. En su sabiduría, conocía muy bien todo lo que con su ciencia descubriría el científico. Y sin embargo quiso que la rosa viviera, y que su existencia embelleciera dolorosamente aquel rincón del jardín, comprometiéndose a vigilar sus ciclos y a defender su vida amenazada. El jardinero estaba comprometido tanto con la rosa como con toda la vida y la belleza del jardín. Esto dependía de un plan nacido en la sabiduría de su corazón, y que por tanto no podría nunca ser investigado por el científico, que reducía su búsqueda a la mera existencia de la planta individualmente considerada en su geografía concreta.


Al médico podrás preguntarle sobre los porqués de tu dolor.
Al psicólogo sobre la raíz de tus traumas. Al historiador y al sociólogo el pasado que te condicionan.
Pero el para qué fuiste llamado a la vida aquí y ahora, eso tenés que preguntárselo a Dios.
Jesús decía: -Mi Padre es el Jardinero.

Cuentos rodados
Mamerto Menapace

jueves, 15 de octubre de 2009

María Madre


Señora de los nueve meses
Madre de la eterna esperanza,
necesitamos recibir el Hijo
de tus entrañas,
necesitamos que Tú lo des a luz,
para que pueda caminar entre nosotros.

Tenemos necesidad, buena Madre,
de su Palabra que nos libere,
de su amor que nos salve
y de su fuerza para asumir nuestra tristeza.

Al contemplar la hermosura de tu silueta
se despierta en nosotros la esperanza.
Y como Juan, en el vientre de Isabel, también nosotros saltamos de alegría.
Ayúdanos a preparar con entusiasmo su visita.

Que se abran los caminos.
Que se enderecen los atajos.
Que el arrepentimiento de nuestras faltas
nos haga recibir gozosamente al Redentor.

Que los que vivimos en las tinieblas
podamos conocer el resplandor de su luz.
Que los que somos derrotados por el egoísmo
podamos sentir la victoria de su amor.

Madre de nuestra esperanza,
N. Señora del silencio y del consuelo,
bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
María Grávida
P.J.Pontes

Imágenes de María embarazada


Las primeras imágenes : la mayoría de los investigadores defienden ser inspiradas en el Apocalipsis de los Beatos, siglos XI y XII, donde está pintada la escena del dragón contra la Mujer presta a dar a luz. Es la figura que más tarde se adoptará casi intacta en el arte de toda Europa para representar el misterio de la Inmaculada Concepción.

Más tarde se muestra a María en avanzado estado de embarazo con vientre crecido hasta el siglo XIV, o mostrando a Jesús en estado embrionario, las llamadas "Platytera".

Estas representaciones escandalizaron debido al falso pudor de no reconocer la dignidad del cuerpo, es así que en el siglo XIII las imágenes de la Virgen con el vientre crecido fueron casi todas retiradas de los altares, víctimas de una falsa ortodoxia, y ocultadas, mutiladas o enterradas a pesar de que el alma popular las veneraba.

No supieron ver en las imágenes de vientre crecido un signo del maravilloso plan de Dios que escogió hacer brotar de una criatura humana la redención divina, respetándola al consultar María si aceptaba. Es símbolo de algo extraordinario: que del humano naciera el divino, Dios Hijo, sin dejar de ser virgen.

Pocas iglesias las mantuvieron al culto. La mayoría se vendió y llegaron a manos de coleccionistas y museos. Como el pueblo las buscaba tuvieron que buscar soluciones de emergencia. Unos colocaron mantos valiosos en alguna imagen de María y las han repuesto en el lugar de las originales. Otros mandaron a hacerlas en madera, donde la Virgen mantenía la mano sobre el seno pero el embarazo no se notaba.Muchos colocaron imágenes de la Inmaculada Concepción, o las representaron con un lazo en la cintura, conforme al uso de las mujeres embarazadas de la época.

En muchas imágenes y pinturas el embarazo es nítido: en la Anunciación, Visitación a Isabel, Casamiento de María con José, Camino de Belén, Búsqueda de albergue, etc.

Hoy se pueden venerar imágenes de N. Sra Embarazada en muchas parroquias y allí acuden las parejas que desean ser padres.


María Grávida
P.J.Pontes

María embarazada


El arte sacro busca ser intéprete de la fe y gustó representar a María embarazada con el título de Virgen de la Expectación, del Parto, de la O, de la Esperanza, etc.

Esta advocación se originó en el 10º Concilio de Toledo, España, realizado en 656 en la secuencia de la conmemoración de N. Sra. de la Encarnación esparcida desde el siglo VI; por iniciativa de San Idelfonso se oficializó la fiesta para el día 18 de diciembre. A partir de allí se extendió a la Iglesia universal para desaparecer en el siglo pasado de los misales, lo que no significa su extinción.

Su fundamento son los relatos bíblicos, María fue la virgen escogida por Dios para colocar en el mundo al Salvador. Era la novia de José y, según la costumbre judaica, el noviazgo era largo. En el medio de esto apareció a María el Arcángel Gabriel que por delegación de Dios le dijo que daría a luz al Mesías.

La advocación de la Virgen de la Expectación o de la O, surge de las antífonas del Magnificat, en el breviario, de los días 17 al 23 de diciembre, que comienzan con Oh! como preparación para Navidad.


María Grávida
P.J.Pontes

sábado, 10 de octubre de 2009

Dios quería y quiere nuestro amor


"Los suyos no la recibieron"(1, 11), dice el prólogo de san Juan sobre la Palabra encarnada. Al final, preferimos nuestra empecinada desesperación a la bondad de Dios que quisiera tocar nuestro corazón desde Belén. Al final, somos demasiado orgullosos como para dejarnos redimir.

"Los suyos no la recibieron": el abismo de esta frase no se agota en la historia de la búsqueda de albergue que solemos representar una y otra vez con tanto amor en nuestro teatro popular navideño. Tampoco se agota con el llamamiento moral a pensar en los sin techo que pueblan el mundo entero y nuestras propias ciudades, por importante que sea tal llamamiento. Esa frase toca algo más profundo en nosotros, toca el motivo más íntimo y hondo por el cual la tierra no ofrece techo a tantos seres humanos: el hecho de que nuestra soberbia cierra las puertas a Dios y, con ello, también a los hombres.

Somos demasiado soberbios para ver a Dios. Nos pasa como a Herodes y a sus especialistas en teología: en ese nivel ya no se oye cantar a los ángeles. En ese nivel uno se siente amenazado por Dios o bien se aburre de él, En ese nivel no se quiere ser ya de "los suyos", ser "de Dios", propiedad de Dios, sino pertenecerse sólo a uno mismo. Por eso tampoco podemos recibir entonces a Aquel que viene a los suyos, a su propiedad: para hacerlo, deberíamos cambiar, reconocerlo como dueño.

El vino como niño para quebrar nuestra soberbia. Quizá hasta hubiésemos capitulado ante el poder, ante la sabiduría. Pero él no quiere nuestra capitulación sino nuestro amor. Quiere liberarnos de nuestro orgullo y, de ese modo, hacernos verdaderamente libres.

Por eso, dejemos que la alegría de este día penetre en nuestra alma. No es una ilusión. Es la verdad. Pues la verdad -la última, la verdadera- es hermosa. Y es buena. Encontrarla hace bueno al hombre. Ella nos habla desde el Niño que es el propio Hijo de Dios.


La bendición de la Navidad
Joseph Ratzinger
Benedicto XVI

jueves, 8 de octubre de 2009

Virgen del Perpetuo Socorro


La Theotókos, es decir, la Madre de Dios, es el tema preferido de los pintores de iconos, el que más abunda en los museos y en la publicaciones ilustradas de imágenes sagradas orientales, en las iglesias y en las colecciones familiares.

Raramente se representa sola a María, sin el Hijo; la veneración que se le tributa es a la vez alabanza de Aquél que se encarnó en su seno dejando intacta su virginidad, que es lo que quieren decir las tres estrellas luminosas que siempre adornan el manto que cae sobre su frente y ambos hombros para indicar que fue virgen antes, durante y después del parto. Sólo en algún icono tardío y alejado de los cánones tradicionales se le ve a la Madre de Dios el pelo. Normalmente su cabeza está cubierta con un mafórion (velo-mantilla) que baja cubriendo la parte superior de su cuerpo, adornado frecuentemente en los bordes por una especie de precioso galón y franja.

La abreviatura MP-OHOY, que siempre se halla junto al nimbo que rodea su cabeza, signo de su irradiación espiritual, quiere decir Míter Theoú, o sea, Madre de Dios en griego.

La Virgen, llamada en Occidente del Perpetuo Socorro, en Oriente se llama Virgen de La Pasión porque dos ángeles a ambos lados de la cabeza de María presentan uno la cruz y el otro la caña con la esponja. El Niño mira la cruz con pavor y agarra con sus manitas la derecha de la Madre, mientras se le sale una sandalia del piececito quedando suspendida por la correa.


El icono imagen de lo invisible
Sor María Donadeo

miércoles, 7 de octubre de 2009

Virgen Odigítria


Odigítria significa "la que indica el camino" (en griego camino= odós), es decir señala a Aquél que es el camino. La virgen tiene sentado al Hijo en el brazo izquierdo, mientras levanta la mano derecha para señalarlo. El conjunto da una impresión de majestad y solemnidad, acentuada por la posición del rostro de ambas figuras. La Madre no mira a Jesús, sino al que está en oración ante el icono. El Niño, por su parte, no es una pequeña y débil criatura. Tiene la fisonomía de un joven y su Madre le presenta a los hombres como Señor del mundo, Pantocrátor. Está erguido; bendice con la mano derecha y en la otra tiene el rollo de las Escrituras.

El esquema clásico bizantino de la Odigítria ha sufrido algunas modificaciones a lo largo de los siglos; hay iconos en los que el Niño está de lado, vuelto hacia la Madre, y no frontalmente. La Virgen tiene el rostro separado del Hijo en una expresión como de alejamiento con la mirada más allá de él, e inclina levemente la cabeza como para interceder y pedirle.

Este esquema, modificado, se puede ver, por ejemplo, en la Virgen de Tichvin, cuya fiesta celebra la Iglesia ortodoxa rusa el 26 de junio mientras que el tipo clásico de la Odigítria bizantina se conserva en la Virgen de Smolensk, cuya fiesta es el 28 de julio, y de la que hay ejemplares bellísimos en aquella ciudad rusa y en la iglesia principal del Nuevo Monasterio de las Vírgenes (Novij Devicij) de Moscú, actualmente museo.


El icono imagen de lo invisible
Sor María Donadeo

¿Quién lo reconoció y quién no?


Pero ¿lo reconocemos realmente? Al colocar en el pesebre las figuras del buey y del asno tiene que venirnos a la memoria toda la frase de Isaías, que no es sólo un "evangelio"-promesa de reconocimento futuro- sino también juicio sobre la ceguera presente. El buey y el asno conocen, pero "Israel no conoce, mi pueblo no entiende".

¿Quiénes son hoy buey y asno, quiénes "mi pueblo", que no entiende? ¿En qué se reconoce al buey y al asno, en qué a "mi pueblo"? ¿Y por qué se da que la ausencia de razón alcanza conocimiento y la razón es ciega?

Para encontrar una respuesta tenemos que remontarnos una vez más, junto con los Padres de la Iglesia, a la primera Navidad. ¿Quiénes fueron los que no reconocieron al Señor? ¿Y quiénes lo conocieron? ¿Y por qué se dieron así las cosas?

El que no lo reconoció fue Herodes, que no entendió nada cuando le contaron acerca del niño, sino que se encegueció aún más por sus ansias de poder y el correspondiente delirio de persecución (Mt 2, 3). La que no lo reconoció fue "toda Jerusalén con él" (ibídem). Los que no lo reconocieron fueron los hombres vestidos con refinamiento (Mt 11, 8), la gente fina. Los que no entendieron fueron los eruditos, los conocedores de la Biblia, los especialistas en exégesis de la Escritura, que sabían exactamente cuál era el versículo que correspondía, pero, a pesar de ello, no comprendieron nada (Mt 2, 6).

Los que sí lo reconocieron-a diferencia de toda esa gente de renombre- fueron "el buey y el asno": los pastores, los magos, María y José. ¿Es que acaso podía ser de otro modo? En el establo donde está el Niño Jesús no vive la gente fina: allí viven, justamente, el buey y el asno.

Pero ¿y nosotros? ¿Estamos tan lejos del establo porque somos demasiado finos y sesudos para estar en él? ¿No nos enredamos también nosotros en interpretaciones eruditas de la Biblia, en demostrar la inautenticidad o autenticidad del lugar histórico, al punto de quedarnos ciegos para el mismo Niño y no captar nada de él? ¿No estamos también nosotros demasiado en "Jerusalén", en el palacio, afincados en nosotros mismos, en nuestra arrogancia, en nuestra manía persecutoria, como para poder escuchar por la noche la voz de los ángeles, acudir al pesebre y adorar?

Así pues, esta noche los rostros del buey y del asno nos miran con ojos interrogativos: mi pueblo no entiende; ¿entiendes la voz del Señor? Al colocar en el pesebre estas figuras tan familiares deberíamos pedir a Dios que le regale a nuestro corazón la sencillez que descubre en el niño al Señor, como en su día Francisco en Greccio. Entonces podría sucedernos también a nosotros lo que Celano, siguiendo muy de cerca las palabras de san Lucas sobre los pastores de la primera Nochebuena (Lc 2,20), narra acerca de los que participaron en la Nochebuena de Greccio: "todos retornaron a sus casas colmados de alegría".


La bendición de la Navidad
Joseph Ratzinger
Benedicto XVI

El buey y el asno conocen a su Señor


Respondiendo a la indicación de san Francisco, en la cueva de Greccio estaban en la Nochebuena el buey y el asno. Francisco había dicho al noble Juan: "Deseo celebrar la memoria del Niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno".

A partir de entonces, el buey y el asno forman parte de toda representación del nacimiento.

El buey y el asno no son un mero producto de la imaginación piadosa, sino que se han convertido en acompañantes del acontecimiento de la Navidad en virtud de la fe de la Iglesia en la unidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. En efecto, en Isaías 1, 3 dice: "Conoce el buey a su dueño y el asno el pesebre de su amo; Israel no conoce, mi pueblo no entiende".

Los Padres de la Iglesia vieron en esas palabras un discurso profético que preanuncia el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia formada por judíos y gentiles. Ante Dios, todos los hombres, judíos y paganos, eran como bueyes y asnos, sin razón ni entendimiento. Pero el Niño del pesebre les abrió los ojos de modo que, ahora, entienden la voz del dueño, la voz de su Señor.

En las representaciones medievales de la Navidad llama la atención que las dos bestias tienen rostros casi humanos al encontrarse e inclinarse con reconocimiento y veneración ante el misterio del Niño. Era lógico, pues ambos animales fueron considerados como la cifra profética detrás de la cual se esconde el misterio de la Iglesia- nuestro misterio, el de quienes somos frente al Eterno como bueyes y asnos a los que en la Nochebuena se les abren los ojos de modo que reconocen en el pesebre a su Señor-.


La bendición de la Navidad
Joseph Ratzinger
Benedicto XVI

martes, 6 de octubre de 2009

El icono de la Trinidad


Este icono fue pintado por Roublev entre 1422 y 1427. Se inspiró en lo que podemos llamar la revelación veterotestamentaria de la Trinidad, es decir, en el pasaje del Gen. 18, 1-10, conocido como "La hospitalidad de Abraham". En su obra, Roublev ha desplazado el tema: la hospitalidad de Abraham se ha transformado en una contemplación silenciosa del Dios trinitario que se ha aproximado al hombre.

Disfrutemos la belleza de los tres personajes, a la vez muy semejantes y muy diferentes. Sus rostros, tan bellos, graves y graciosos a la vez. Se asemejan entre sí: nariz larga y fina, boca estrecha, mentón muy pequeño, cejas ligeramente arqueadas. Roublev ha querido representar tres ángeles a la vez muy semejantes y muy diferentes. Pensando en las Personas divinas, ha querido subrayar su igualdad, su común divinidad, y a la vez, la unicidad de cada Persona. Cada uno se parece al otro, y, sin embargo, cada uno posee su especificidad.

Los tres personajes configuran un círculo. Pero es más propio hablar de un movimiento circular entre ellos, sugerido por sus miradas, por el juego de sus manos, por la inclinación de sus cabezas.

El centro de los tres personajes es la copa, que atrae claramente nuestra mirada. Esta centralidad indica que el tema de la conversación divina no puede ser otro que la copa. La tradición es unánime en afirmar que esta copa es la copa eucarística.

En su eternidad inaccesible, el Dios Trinitario conversa alrededor de una Copa en la que converge la Bondad sobreabundante de su Corazón.

Para aproximarnos más al coloquio divino, es necesario identificar a los ángeles, optamos por una interpretación sólida y coherente: el ángel central simboliza al Padre; el ángel a su derecha (por lo tanto a nuestra izquierda) es el Espíritu Santo; el ángel a su izquierda (a nuestra derecha) es el Hijo.

El padre está vuelto hacia el Hijo, su Hijo bienamado, en quien se complace. A la vez, su cabeza vuelta hacia el Espíritu significa que le confía una misión: la de guiar a su Hijo en su camino hasta la cruz. La mirada serena y firme del Espíritu, dirigida al ángel de la derecha, le está diciendo al Hijo que lo sostendrá a lo largo de su itinerario.

Completando el silencioso coloquio, la mano derecha del Padre y del Espíritu se dirigen hacia el Hijo y hacia la Copa, realizando un gesto de bendición. Los dos designan a Cristo y son garantes de su misión, dan testimonio de él.

Se puede decir, entonces, que el Padre habla del Hijo al Espíritu, y que ambos dan testimonio de que es el Enviado, incluso y sobre todo en la Pasión, anunciada en la copa.

La copa sobre la mesa está en el Corazón de los tres ángeles. Y esa mesa, que es un altar, aparece abierta del lado del espectador, como si la copa nos fuese ofrecida: es necesario tomar la copa eucarística para entrar en el Misterio de Dios. "Si no beben la sangre del Hijo del Hombre no tendrán vida en ustedes" (Jn 6, 53).


La glorificación de la Trinidad
Instituto de espiritualidad y acción pastoral

lunes, 5 de octubre de 2009

Nuestra Señora del Signo


La Orante, es decir, la figura femenina en actitud de orar con los brazos levantados, se encuentra incluso antes de Cristo, pero se propagó especialmente en los primeros tiempos del cristianismo, como lo prueban los frescos de las catacumbas, o la célebre Virgen de la iglesia de los Blaquernas en Constantinopla.

La Virgen del Signo se representa de cuerpo entero o de medio cuerpo. Cristo está pintando sobre su pecho, frecuentemente dentro de un círculo o un óvalo ( la llamada mandorla ), que significa gloria divina, luz, cielo. En la base de esta denominación está la profecía de Isaías 7, 14: "El Señor os dará una señal: una Virgen concebirá..." Entre los griegos a veces se la llama Platítera, es decir, Mayor "que los cielos", ya que la Virgen ha concebido en su seno a Aquel a quien los cielos no pueden contener.


El icono imagen de lo invisible
Sor María Donadeo

sábado, 3 de octubre de 2009

La piedra mágica


Cierto día llamó a la puerta de una casa de pueblo un extraño hombre. La mujer que atendió se sorprendió al verlo. "¿Qué desea?", preguntó. "Vengo a ofrecerle una piedra mágica, que sirve para hacer sopa. Basta con hacerla hervir, y logrará la mejor sopa que haya probado en su vida".
A la mujer le entró curiosidad y decidió hacer la prueba. Hizo pasar al hombre, y puso una gran olla de agua al fuego. Mientras se calentaba, la mujer corrió a contar el gran suceso a sus vecinos, los que se arremolinaron alrededor del fuego. Cuando el agua hubo comenzado a hervir, el hombre arrojó la piedra mágica a la olla y ante la expectativa general dio una probada.

"¡Deliciosa!", comentó, "Si tuviera un poco de carne le daría mejor sabor". Inmediatamente una de las vecinas salió corriendo y volvió con un gran pedazo de carne que fue a parar a la olla. "Tal vez un poco de verdura también ayudaría", agregó el extraño. Una tras otra, varias vecinas fueron desapareciendo y volviendo con papas, zanahorias, zapallo, chauchas, cebolla, las que fueron cayendo a la olla.

Mientras tanto, otros vecinos fueron trayendo platos y cubiertos, armaron un gran tablón, mientras otros traían sillas de sus casas. Todo el pueblo se había reunido en torno al hombre de la piedra mágica. Uno tras otro fueron recibiendo generosas raciones de la que resultó la más apetitosa sopa que habían probado en sus vidas. Nadie reparó mientras comían, que el extraño había desaparecido, dejando tras de sí la mágica piedra, que ahora podrían utilizar cada vez que deseasen compartir la sopa más deliciosa del mundo.
Mamerto Menapace

jueves, 1 de octubre de 2009

Nuestra Señora de la Ternura


En este icono, los rostros de la Madre y del Hijo están juntos en una expresión de dulce intimidad. Son iconos muy frecuentes, y en Rusia toman el nombre de la ciudad con la que está vinculada la historia de la imagen sagrada.

Entre los iconos griegos de este grupo, algunos llevan como rótulo Glykofilússa, que se puede traducir por "dulce beso" ya que está muy acentuada la expresión de ternura entre la Madre y el Hijo.

La Virgen mira hacia nosotros, algo triste, quizá pensando en el futuro sufrimiento del Hijo para redimirnos.El rostro de Jesús tiene una expresión más compungida de lo que cabe en un niño; en la mirada de la Madre, tan profunda, hay también una tensión espiritual: no sólo toma con cariño al Hijo, sino que lo adora.
El icono, imagen de lo invisible
Sor María Donadeo

Recibir luz y dar luz


La estrella de la Nochebuena es ante todo el mismo Hijo hecho hombre. El es la luz que indica el camino por las calles de la historia. El hace pedazos la superstición, que florece de forma tanto más frondosa cuanto más se pierde la fe. El muestra la ridiculez de la interpretación de los astros, que quiere encerrar al hombre en la necesidad del eterno retorno, en el que no hay nada nuevo sino sólo la reiteración de lo mismo.

Los verdaderos astros del ser humano son los hombres que le muestran el nuevo camino de su corazón y de su vocación. Cristo es la estrella que ha nacido y que, en la fe, nos enciende la luz que convierte después a los mismos hombres en estrellas que indican el camino hacia él. En ese espíritu reza la oración de la segunda misa de Navidad: concédenos que "resplandezca en nuestras obras la fe que haces brillar en nuestro espíritu".

Con ello, la Navidad se hace del todo práctica. Mirar hacia la estrella significa recibir luz y dar luz, hacer que la luz recibida brille dentro del mundo que nos rodea para que se convierta para otros en una indicación del camino. Hay suficientes ocasiones para hacerlo. Aquel cuyo corazón se haya despertado verá a su alrededor a muchos que esperan una luz. No dejemos que se nos llame en vano.
La bendición de la Navidad
Joseph Ratzinger
Benedicto XVI

jueves, 24 de septiembre de 2009

¿Qué hemos de traerte?


Hay algo que forma parte de la imagen de Navidad: los regalos. Nuestras obras de teatro popular navideño ilustran ricamente cómo los pastores piensan cuál podría ser el obsequio que pueden llevar al Niño, y toman las diferentes alternativas posibles de la misma vida cotidiana de los hombres de nuestra tierra.

Un himno litúrgico de la Iglesia oriental se dedica al mismo tema pero le da mayor profundidad. Dice el himno: "¿Qué hemos de ofrecerte, oh Cristo, que por nosotros has nacido hombre en esta tierra? Cada una de las criaturas, obra tuya, te trae en realidad el testimonio de su gratitud: los ángeles , su amor; el cielo la estrella; los sabios, sus dones; los pastores, su asombro; la tierra, la gruta; el desierto, el pesebre. Pero nosotros, los hombres, te traemos, una Madre Virgen".

María es el regalo de los hombres a Cristo. Pero eso significa al mismo tiempo que el Señor no quiere de los hombres "algo", sino al hombre mismo. Dios no quiere que le demos porcentajes, sino nuestro corazón, nuestro ser. El quiere nuestra fe y, a partir de la fe, la vida; después, de la vida, aquellos dones de los que hablará en el juicio final: alimento y vestidos para los pobres, compasión y amor compartido, la palabra de consuelo y la compañía para los perseguidos, los encarcelados, los abandonados y los perdidos.

¿Qué hemos de ofrecerte, oh Cristo? Seguramente te traemos demasiado poco cuando sólo intercambiamos entre nosotros regalos caros que ya no son expresión de nosotros mismos y de nuestra gratitud-sentimiento que habitualmente dejamos sin expresar-. Intentemos llevarle por regalo la fe, llevarnos a nosotros mismos, y aunque más no fuera en esta forma: ¡Creo, Señor, ayuda mi incredulidad! Y no olvidemos ese día a los muchos en quienes el Señor sufre sobre la tierra.


La bendición de la Navidad
Joseph Ratzinger
Benedicto XVI

jueves, 3 de septiembre de 2009

Un drama que se repite siempre


El icono de Navidad de las iglesias orientales adquirió sustancialmente su forma ya en el siglo IV y reunió en ella todo el misterio de la Navidad. Ese icono expresa la profunda relación entre la Navidad y la Pascua, entre el pesebre y la cruz, la armonía entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, la unión del cielo y de la tierra en el cántico de los ángeles y en el servicio de los pastores. Cada figura en ese icono tiene un profundo y arcano significado.

En el icono se asigna una función muy peculiar a san José. El está sentado a un costado, sumergido en profunda reflexión. Delante de él se encuentra, vestido de pastor, el tentador, que le habla con texto de la liturgia y le dice: "Así como tu cayado no puede brotar, así un viejo no puede ya engendrar ni una virgen puede dar a luz". La liturgia agrega: en su corazón se abatió una tempestad de pensamientos contradictorios, estaba confundido. Pero, iluminado por el Espíritu Santo, canta: ¡Aleluya! Así el icono presenta en la figura de san José un drama que se repite siempre: nuestro propio drama.

Es siempre lo mismo. Una y otra vez nos dice el tentador: sólo existe el mundo visible y no hay encarnación de Dios ni nacimiento de la Virgen. Es la negación de que Dios nos conoce, de que nos ama, de que es capaz de actuar en este mundo. De ese modo, en lo más hondo es una negativa a la gloria de Dios. Es la tentación de nuestro tiempo, que se presenta con tantos motivos eruditos y aparentemente muy nuevos que parece irresistible. Pero es siempre la misma tentación.

Pidamos al Dios bondadoso que envíe la luz del Espíritu Santo también a nuestros corazones. Pidamos que nos regale también a nosotros el poder salir de la obstinación en nuestras aspiraciones, el ver llenos de alegría su luz y cantar: ¡Aleluya! ¡Verdaderamente, Cristo ha nacido, Dios se ha hecho hombre! Pidámosle que también en nosotros se verifique la frase de la liturgia oriental que dice: "Te traemos una Madre Virgen. Te nos traemos también a nosotros, más que un regalo monetario: te traemos la riqueza de la verdadera fe, a ti, el Dios y Salvador de nuestras almas".


La bendición de la Navidad

Joseph Ratzinger
Benedicto XVI

En el silencio, aprender a escuchar


La Navidad nos llama a entrar en ese silencio de Dios, y su misterio permanece oculto a tantas personas porque no pueden encontrar el silencio en el que actúa Dios. ¿Cómo encontramos ese silencio? El mero callar no lo crea. En efecto, un hombre puede callar exteriormente pero estar al mismo tiempo totalmente desgarrado por el desasosiego de las cosas. Alguien puede callar pero tener muchísimo ruido en su interior.

Hacer silencio significa encontrar un nuevo orden interior. Significa pensar no sólo en las cosas que se pueden exponer y mostrar. Significa mirar no sólo hacia aquello que tiene vigencia y valor de mercado entre los hombres. Silencio significa desarrollar los sentidos interiores, el sentido de la conciencia, el sentido de lo eterno en nosotros, la capacidad de escucha frente a Dios.

De los dinosaurios se afirma que se extinguieron porque se habían desarrollado erróneamente: mucho caparazón y poco cerebro, muchos músculos y poca inteligencia. ¿No estaremos desarrollándonos también nosotros de forma errónea: mucha técnica pero poca alma? ¿Un grueso caparazón de capacidades materiales pero un corazón que se ha vuelto vacío? ¿La pérdida de percibir en nosotros la voz de Dios, de conocer y reconocer lo bueno, lo bello y lo verdadero?

"Hagamos silencio, hablemos sobre el Señor, que se acerca la medianoche." ¿No es ya más que hora de introducir una corrección en el curso de nuestra "evolución"?

La Navidad debería ayudarnos a encontrar esa corrección de curso y, de ese modo, prestarnos mutuamente y prestar al mundo el servicio que con más urgencia necesita. En efecto, el apremio más profundo del hombre de hoy no proviene de la crisis de nuestras reservas materiales, sino de que se nos tapian las ventanas que miran a Dios y de que, de ese modo, nos vemos en el peligro de perder el aire que respira el corazón, de perder el núcleo de la libertad y de la dignidad humanas.


La bendición de la Navidad
Joseph Ratzinger
Benedicto XVI

viernes, 21 de agosto de 2009

El árbol de la Vida


Hace unos años tuve la suerte de ver el árbol de navidad probablemente más antiguo que se haya conservado en todo el mundo.

Este árbol viene a ser algo así como la imagen del altar mayor de la iglesia del Christkindl ( del Niño Jesús), situada en las afueras de la ciudad de Steyr, en el norte de Austria.

La historia del árbol se remonta hasta el año 1694. En ese entonces, Steyr había recibido un nuevo campanero y director de coro que sufría de epilepsia, la "enfermedad de las caídas", como lo consigna con candidez la crónica. El hombre había aprendido en Melk, de donde era oriundo, la veneración del Niño Jesús. Así pues, colocó en la cavidad de un abeto de mediana altura una imagen de la Sagrada Familia y cultivó frente a esa imagen sus prácticas de piedad que le proporcionaban fortaleza y consuelo.

Después se enteró de la existencia de una imagen del Niño Jesús que había traído la curación a una monja paralítica. Finalmente, recibió una reproducción exacta de esa imagen: un Niño Jesús de cera que sostiene en una mano la cruz y en la otra la corona de espinas.

El hombre llevó esa imagen al árbol, rezó frente a ella su devoción y sintió que de ella emanaba una fuerza sanadora.

Poco a poco, los hombres de la zona fueron enterándose y comenzaron a peregrinar al Niño Jesús del árbol.

Imponiéndose a los titubeos de las autoridades eclesiásticas de Passau lograron que se construyera en torno al árbol una pequeña iglesia. Así, en 1708 se colocó la piedra fundamental de la iglesia del Christkindl, que fue erigida por los arquitectos más célebres de esa época en Austria siguiendo el modelo de Santa María Rotonda de Roma.

La iglesia se ha convertido de alguna manera en una preciosa envoltura del árbol, del cual surgen el altar y el sagrario: el árbol sigue conteniendo el pequeño Niño Jesús de cera, que, con corona y rodeado de rayos dorados, entraña promesa y esperanza para los hombres.


La bendición de la Navidad
Joseph Ratzinger
Benedicto XVI

domingo, 9 de agosto de 2009

Plegaria de un sacerdote


Señor Tú lo sabes todo. Tú sabes que yo te amo.

Haz que yo sea el pastor que salva las ovejas aprisionadas entre zarzarles; el pescador que, a Tu mandato, aun después del trabajo infructuoso de largas noches, hecha nuevamente su red con confianza. Haz que sea yo el imán capaz de atraer a cuantos se aproximen a mi círculo de acción.

Sea yo el obrero que recoge la mies, aquella de la que Tú dijiste: “La mies es mucha y los obreros pocos”.

Que sea yo chispa de fuego que sepa propagar el que Tú trajiste al mundo y lo encienda en el alma de cuantos encuentre por el camino.

Concédeme que, al entrar en la escuela, descubra en los ojos de los niños todo el tesoro de sus almas, y que sientan como si Tú mismo te acercaras a ellos.

Que al sentarme en el confesionario y abrir ante mí los hombres su vida más oculta, sus obras cubiertas por el velo del secreto, aquellas que quisieran ocultar, no sólo a los amigos y a los padres, sino a sí mismos y a Dios, pero que allí descubren con sinceridad admirable, sea yo entonces consejero, consuelo, amigo, médico, padre espiritual de tantas almas pecadoras que sufren, que se revuelven en miserias.

Que al dirigirme, con Tu Cuerpo Sacratísimo en mi mano, al agonizante, tenga yo arrestos para ayudarle a levantar su vista quebrantada hasta el cielo. Que pueda sufrir con los que sufren, alegrarme con los que se alegran, serlo todo para todos, y que el fuego sagrado que arde ahora en mi alma, no pierda nunca su intensidad…

Es lo que te suplico, Señor.

Y aun te pido algo más: la virtud de no esperar por esas cosas el aplauso de los hombres, un galardón terreno.
Sino que al entrar, cansado por el trabajo del día, en el silencio de mi cuarto, donde no me aguarda nadie para distraerme, y al postrarme de hinojos en el reclinatorio, a los pies del crucifijo, vea en Tu rostro vuelto hacia mí y en Tus dulces ojos, todo mi consuelo, mi fuerza, mi felicidad, mi galardón….


TIHAMER TOTH
Obispo de Verszprem (Hungría)
1890-1940

Adhesión del Instituto Hugo Wast al Año Sacerdotal

Hugo Wast


En 1968 un grupo de personalidades argentinas, entre otros Juan Carlos Moreno, el padre Guillermo Furlong SJ, Juan Bautista Magaldi, Oscar Ivanissevich, José Arce, Enrique Mario Mayochi y Alberto Ezcurra Medrano, fundaron el Instituto Hugo Wast, una entidad civil que tiene el propósito de perpetuar la memoria y la obra del gran novelista y político católico argentino, cuyo verdadero nombre era Gustavo Martínez Zuviría (1883-1963). En 1943 Martínez Zuviría fue ministro de Justicia y Educación Pública, cargo que aceptó con la condición de que se introdujera la enseñanza religiosa en todas las escuelas.

Entre el cúmulo de novelas y otros escritos salidos de la fértil pluma de Hugo Wast, se halla una bella y delicada perla literaria, titulada “Cuando se piensa…”, dedicada a la dignidad e importancia de los sacerdotes, que en su momento fue publicada en numerosas revistas, boletines parroquiales y hojas, y distribuida en incontables ejemplares.

Con el propósito de colaborar en la reflexión sobre el sacerdocio católico, y al mismo tiempo expresar su adhesión a la celebración del Año Sacerdotal establecido por el papa Benedicto XVI, el Instituto Hugo Wast ha enviado a AICA ese texto para que sea difundido entre sus abonados y se reproduzca libremente para conocimiento de los fieles del país y del exterior.

Lo consignamos a continuación:

CUANDO SE PIENSA...(por Hugo Wast)


Cuando se piensa que ni la Santísima Virgen puede hacer lo que un sacerdote.

Cuando se piensa que ni los ángeles ni los arcángeles, ni Miguel ni Gabriel ni Rafael, ni príncipe alguno de aquellos que vencieron a Lucifer pueden hacer lo que un sacerdote.

Cuando se piensa que Nuestro Señor Jesucristo en la última Cena realizó un milagro más grande que la creación del Universo con todos sus esplendores y fue el convertir el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre para alimentar al mundo, y que este portento, ante el cual se arrodillan los ángeles y los hombres, puede repetirlo cada día un sacerdote.

Cuando se piensa en el otro milagro que solamente un sacerdote puede realizar: perdonar los pecados y que lo que él ata en el fondo de su humilde confesionario, Dios obligado por su propia palabra, lo ata en el cielo, y lo que él desata, en el mismo instante lo desata Dios.

Cuando se piensa que la humanidad se ha redimido y que el mundo subsiste porque hay hombres y mujeres que se alimentan cada día de ese Cuerpo y de esa Sangre redentora que sólo un sacerdote puede realizar.

Cuando se piensa que el mundo moriría de la peor hambre si llegara a faltarle ese poquito de pan y ese poquito de vino.

Cuando se piensa que eso puede ocurrir, porque están faltando las vocaciones sacerdotales; y que cuando eso ocurra se conmoverán los cielos y estallará la Tierra, como si la mano de Dios hubiera dejado de sostenerla; y las gentes gritarán de hambre y de angustia, y pedirán ese pan, y no habrá quien se los dé; y pedirán la absolución de sus culpas, y no habrá quien las absuelva, y morirán con los ojos abiertos por el mayor de los espantos.

Cuando se piensa que un sacerdote hace más falta que un rey, más que un militar, más que un banquero, más que un médico, más que un maestro, porque él puede reemplazar a todos y ninguno puede reemplazarlo a él.

Cuando se piensa que un sacerdote cuando celebra en el altar tiene una dignidad infinitamente mayor que un rey; y que no es ni un símbolo, ni siquiera un embajador de Cristo, sino que es Cristo mismo que está allí repitiendo el mayor milagro de Dios.

Cuando se piensa todo esto, uno comprende la inmensa necesidad de fomentar las vocaciones sacerdotales.

Uno comprende el afán con que en tiempos antiguos, cada familia ansiaba que de su seno brotase, como una vara de nardo, una vocación sacerdotal.

Uno comprende el inmenso respeto que los pueblos tenían por los sacerdotes, lo que se refleja en las leyes.

Uno comprende que el peor crimen que puede cometer alguien es impedir o desalentar una vocación.

Uno comprende que provocar una apostasía es ser como Judas y vender a Cristo de nuevo.

Uno comprende que si un padre o una madre obstruyen la vocación sacerdotal de un hijo, es como si renunciaran a un título de nobleza incomparable.

Uno comprende que más que una Iglesia, y más que una escuela, y más que un hospital, es un seminario o un noviciado.

Uno comprende que dar para construir o mantener un seminario o un noviciado es multiplicar los nacimientos del Redentor.

Uno comprende que dar para costear los estudios de un joven seminarista o de un novicio, es allanar el camino por donde ha de llegar al altar un hombre que durante media hora, cada día, será mucho más que todas las dignidades de la tierra y que todos los santos del cielo, pues será Cristo mismo, sacrificando su Cuerpo y su Sangre, para alimentar al mundo.+ (AICA).

domingo, 7 de junio de 2009

Arte sacro


Se ha definido el arte religioso como el arte “al servicio de la evangelización y por lo tanto, de la educación en la Fe”. (Este es un objetivo de la Hermandad)
El arte sacro está destinado al culto religioso. Busca generar, en las personas, un acercamiento a DIOS.
Los pesebres cumplen las pautas del arte sacro religioso si despiertan esas emociones y afectos que acercan a las personas a Dios.

Entiendo que el arte sacro religioso debe “respetar el sentido y la esencia de lo religioso”.

Cristo nació y se hizo hombre para todos los hombres de todos los tiempos y de todas las regiones
Cristo nació en un entorno humilde porque sus riquezas no eran las materiales y su Reino no era de este mundo.

Estos valores deben ser respetados en toda expresión artística que represente ese maravilloso misterio del Nacimiento de Jesús.

Entiendo que el arte puede reflejar lo esencial variando lo accesorio. Creo que se puede vestir a las figuras de María, el Niño y José como gauchos o como coyas, pero esto no altera lo esencial. Cristo nació para todos y aunque nació en un lugar y usó un tipo de vestimenta, pudo haber nacido en cualquier otro lugar y con cualquier otra vestimenta. Lo esencial no cambia por la vestimenta. Es más, probablemente las comunidades vean reforzado el mensaje, al ver en ese arte, a la Sagrada Familia vestida como ellas mismas se visten, son “su” Sagrada Familia, que ese Nacimiento los incluye a “ellos” también.

El arte puede representar el lugar del Nacimiento del Señor con una choza, una cueva, un ranchito o un iglú, sin alterar el mensaje de que Cristo nació en un lugar muy humilde. Ese arte trasmite, a cualquier cultura o a cualquier persona, el mismo mensaje. Contrariamente, entiendo que el arte no respeta las pautas sacro religiosas si el Nacimiento se lo representa en un palacio o en un moderno y lujoso apartamento porque estaría negándolas.

El arte puede representar la belleza física y espiritual de la Sagrada Familia y entonces las imágenes de la Sagrada Familia ser representadas por lo que cada artista entienda que es la belleza, independientemente del color de piel, pelo, ojos, altura, etc. Todo ser humano es lindo a los ojos de Dios independientemente de si es rubio o moreno, si es alto o bajo, si su piel es oscura o blanca. Por el contrario entiendo que no se respeta las pautas sacro religiosas si representamos a la Sagrada Familia con formas no humanas (por ejemplo con animales) dado que lo esencial es que Cristo se hizo HOMBRE para los hombres.

El arte moviliza los sentimientos de las personas. Genera en aquellos que lo ven, emociones y reacciones, que varían de persona a persona. Está en la calidad del artista lograr el despertar de esas emociones. Al referirnos al arte sacro religioso estamos refiriéndonos a ese arte que intenta despertar los sentimientos y emociones del hombre en lo referente a lo divino. Las imágenes que cumplen las pautas del arte sacro, siempre manifiestan la cultura de cada comunidad de personas que comparten un credo, pero respetando su cultura, no se alejan del credo.

Guardini en su obra “La esencia de la obra de arte” dice que el arte profano y el religioso comparten un eje común. Ambas nacen del corazón del artista. Sin embargo se diferencian al reconocer que el arte sagrado tiene un contenido basado en la Fe y en la liturgia, que no puede ser omitido o ignorado.

¡Gloria y Paz!


Mercedes González Echeverría



sábado, 6 de junio de 2009

La Santa Cuna


Una de las basílicas más hermosas de Roma es Santa Maria Maggiore o Santa María Mayor, dedicada a la santa Madonna (la madre de Jesús, no esa cantante norteamericana que usurpó el santo nombre).
Debajo del altar mayor de la basílica hay una pequeña cripta en la que se guarda y venera la santa cuna o pesebre en el que María colocó a Jesús después del nacimiento.

No sabemos con seguridad si la reliquia es auténtica, o es un piadoso signo; pero de todos modos los numerosos visitantes que llegan a la basílica se encaminan hacia la santa cuna y la veneran con emoción. La tradición e imaginería del pesebre tienen su origen en el texto de
Is. 1,3: “El buey conoce a su dueño y el burro el establo de su amo; pero Israel no me conoce, mi pueblo no comprende”.
A esta afirmación dolida de Isaías hace eco el evangelio de Juan cuando dice: Jn 1,11 “Vino a los suyos, pero los suyos no lo recibieron”.

El pesebre es al mismo tiempo el signo del máximo acercamiento de Dios al hombre, y del desconocimiento de esta donación divina por parte del hombre; el pesebre es un preludio de la cruz: él vino a los suyos, pero ellos o no lo conocieron, o lo crucificaron.

Para nosotros, católicos, el pesebre es el lugar visible en el que se manifiesta el misterio de la Encarnación.
El Hijo de Dios vino al mundo y “puso su morada entre nosotros” (Jn:1, 14); la primera morada del Dios encarnado fue, después del vientre de María, el pesebre de Belén; en ese pesebre Jesús vivió los primeros momentos de su vida terrena y experimentó las inclemencias del mundo creado.
Sus primeros acompañantes fueron, después de María y José, el buey y el burro (de acuerdo con la imaginería tradicional), los pastores, los pobres.

El Hijo de Dios no nació en un espléndido palacio ni fue colocado en una cuna de oro, como los príncipes, sino en un pesebre. El que era rico con“se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza" (2 Cor 8, 9).

En el lugar donde estuvo el pesebre, situado en la Basílica de la Natividad (Belén), hay una estrella, y cerca de ella un letrero donde se lee:
AQUI NACIO JESUS

La estrella de Belén nos recuerda que “la luz resplandece en la oscuridad, y la oscuridad no pudo sofocarla” (Jn:1, 5).

La luz de Dios ha irradiado desde el pesebre de Belén; podemos decir que el “sol de justicia” nació en ese lugar, hizo su recorrido por el mundo, nos iluminó con su presencia y su palabra, tuvo su ocaso en la muerte en cruz y se hundió en el sepulcro.
Pero volvió a brillar con mayor resplandor en la resurrección; “la luz del mundo”.

En el pesebre se manifestó por primera vez el que es resurrección, como en un nuevo amanecer (muy de mañana según los evangelios), Jesús volvió a brillar y su resplandor ilumina el universo.

Se aproxima una vez más la fiesta de Navidad; ya podemos observar que las vitrinas de los almacenes comienzan a engalanarse con las luces y adornos navideños; desafortunadamente todo esto está motivado por el afán comercial y la sociedad de consumo.

Los que creemos en Jesucristo y celebramos su nacimiento, queremos ver la situación desde otro punto de vista. Nos aproximamos al fin del año litúrgico, y luego vendrá un nuevo Adviento, tiempo de preparación para la venida del Señor.
La liturgia nos invitará a vivir en actitud de espera y de preparación espiritual; veremos las iglesias adornadas con luces y motivos navideños, y veremos los pesebres que representan en forma figurada y artística el misterio que celebramos: el nacimiento de Jesús en el pesebre de Belén.

San Francisco de Asís tuvo la feliz idea de representar en un escenario el nacimiento de Jesús con variedad de paisajes y figuras; así nació el pesebre que conocemos; el primero se encuentra en la basílica de los santos Cosme y Damián, situada en una de las vías de Roma.
Podemos comenzar a preparar el pesebre; comencemos a limpiar las figuras de José y de María, los pastores, las ovejas, los Reyes magos, y todas las demás figuritas que solemos colocar en el escenario de la Navidad; comencemos a idear la forma que le daremos al pesebre este año; sin dañar los árboles y la vegetación , tratemos de poner un poco de verdor en torno a la cuna de Jesús. Y sobre todo pensemos en la forma en que vamos a iluminar el pesebre.
Todo esto forma parte de nuestras tradiciones y de nuestro folclore.

Pero por encima de todo pensemos en la preparación espiritual, en el pesebre del corazón.
Como María que preparó su vientre bendito y su corazón materno para recibir a Jesús y conservar en él todas sus palabras, preparémonos también nosotros para recibir en el corazón a aquel que vino a buscar y salvar lo que estaba perdido, y a hacernos hijos e hijas de un mismo Padre, el de los cielos.

Sólo así tendrá sentido el hacer el pesebre y celebrar la Navidad.
Alguien ha dicho:
“Si Jesús nace en tu corazón, siempre habrá Navidad”


P. Amadeo Pedroza Pedroza c.j.m

viernes, 5 de junio de 2009

Exposición de parte de la colección (capilla Santa Ana-Córdoba) dic/08


La muerte de los pesebres


El poderío de las grandes naciones está menos en la inmensidad de sus ejércitos que en la conjunción de las voluntades, que hace de todo un pueblo una sólida unidad nacional. Esa conjunción, realizada mediantes costumbres y tradiciones amasadas en una larga historia, forma la fisonomía de todo un pueblo y es el fundamento del amor patrio. Pueden ser grandes hechos y pueden ser pequeñas cosas. Es admirable, por ejemplo, la tenacidad con que el pueblo inglés conserva y defiende maneras de convivir que a los que no son de su raza, se les antojan anticuadas y hasta incómodas. Bástenos recordar la obstinación con que se han negado los pueblos de raza anglosajona a adoptar el sistema métrico decimal para los pesos, medidas y monedas.

Este modo de ser es un instinto, que se defiende y perdura, una manera de sobrevivir con su personalidad propia y produce un equilibrio en las ideas y una armonía espiritual, de que carecen los pueblos abiertos a todos los vientos de afuera. Ninguna tradición de un pueblo por mínima que parezca, deja de ser una porción preciosa de su persona, que debemos conservar si no es injusta o dañina. Especialmente aquellas que datan de siglos y que han brotado del fondo de su religión y de su historia nacional. Hacemos estas consideraciones porque nos apena ver cómo van desapareciendo de nuestro pueblo algunas formas espirituales hermosísimas y de la mejor estirpe, suplantadas por otras advenedizas y hasta de un espíritu contrario al nuestro. Antaño nuestros hogares festejaban la Navidad erigiendo en cada casa un Nacimiento o Pesebre que durante semanas, antes y después de la sagrada fecha, era una diversión para los grandes y una ilusión para los niños.

Las imaginaciones infantiles tenían en aquellas múltiples estatuitas un alimento sustancial, desde el Padre Eterno y la Paloma del Espíritu y los Reyes Magos, a quienes guiaba la estrella de Belén, hasta el buey y el burrito que prestaban su amoroso calor al divino Infante.

Era la suma de la Historia Sagrada pues contenía lo más luminoso del Credo católico, la Trinidad, la Encarnación, la Virginidad de la Madre de Dios, la comunión de los santos, la gloria del reino... ¿Podría inventarse nada más adecuado para solemnizar el nacimiento del Niño Dios que un pesebre, construido o completado en cada casa, y en el que trabajan todos, grandes y chicos, los grandes construyendo la armazón con telas engomadas, y pintadas; los chicos sembrando trigo o alpiste en macetas con tiempo para que estuviera nacido en Navidad e invirtiendo los ahorritos de todo el año en comprar animalitos o pastores para aumentar su población, creciente cada año? Ahora, da pena y vergüenza decirlo, el Pesebre o Nacimiento que era una de las más bonitas tradiciones de nuestro pueblo, va siendo suplantado por el árbol de Navidad.

Estamos seguros de que si a un niño le dan a elegir entre un pesebre o un árbol de Navidad, preferirá el pesebre, porque habla más y mejor de su fantasía. El árbol de Navidad es, para nosotros los argentinos, algo exótico, fuera de nuestras creencias y de nuestra geografía. No conocemos nieve en diciembre, y el pino está muy lejos de ser un árbol criollo.

¿Qué puede decirle a un niño ese árbol extranjero, mechado de copitos de algodón, que simulan una nieve anacrónica? ¿Dónde está la Virgen, dónde San José, dónde los Reyes, dónde el Niño Dios? ¿Y cómo podemos festejar la Navidad sin ellos, que son los protagonistas de la fiesta?

No queremos pensar que el árbol de Navidad se haya puesto de moda y esté desterrando al clásico pesebre, precisamente porque haya quienes quieren desterrar de nuestros hogares al niño Dios y a la Virgen y hacer olvidar que la Navidad es la fiesta católica por excelencia. Preferimos creer que los que desairan al Pesebre y adoptan al árbol de Navidad, lo hacen por seguir una moda cuya oscura intención no han advertido.

Es tiempo de reaccionar contra estas tendencias que van borrando las características más puras de nuestro pueblo e infiltrándonos un espíritu contrario a la tradición.

Gustavo Martínez Zuviría (1956)