viernes, 24 de octubre de 2008

El rosario de una Madre


Un estudiante, que en otros tiempos rezaba mucho, habiendo perdido el fervor de la infancia, vio un día un rosario al borde de la carretera. Su primer pensamiento fue de pasarlo por alto, pero su amor a la Santa Virgen le despierta y decide recogerlo y limpiarlo, mientras se decía: "Si no se lo puedo devolver a quien lo perdió; se lo entregaré a la Virgen misma. Todos los rosarios están destinados a venerarla, así que se lo dejaré en su altar en la primera iglesia que encuentre".

Entró en la primera iglesia y se fue derecho a depositarlo al altar de la Virgen que lo estaba esperando. "Reza el rosario antes de dejarlo en el altar", le oye decir. El estudiante conmovido, se arrodilla y como en otros tiempos, reza el rosario, pero una ola de pensamientos le asalta; oye una voz que le habla y le dice muy claro: "Hazte sacerdote, hijo. Te has vuelto infiel ante el llamado de mi Hijo y sin embargo, esa es tu única vocación. Vuelve a tu amor de otra época y sigue tu vocación". Esas palabras, como un rayo de luz, penetraron lo más profundo del alma del joven, quien después de reflexionar y orar, se dijo: "Sí, Madre mía, acepto, regreso a ti y con tu ayuda seré un sacerdote de Jesucristo"

Y mantuvo su palabra, llegó a ser sacerdote y muy buen sacerdote. Además de sus oraciones, rezaba todos los días con el rosario que había encontrado en la carretera, el cual le había valido el favor de su vocación de sacerdote.

Algunos años después, la voluntad de Dios quiso que el joven sacerdote fuera designado capellán en un hospital. Un día le llevan un enfermo que había entrado gritando: "No me habléis nunca de religión, yo soy incrédulo, no creo en nada".
Sin embargo, el capellán bondadoso le visita y aunque fue rechazado con desdén se dirige al enfermo:
-Y bien, amigo, voy a rezar un rosario por usted.
- No me hable de rosario, le responde el enfermo.
- Pero esta oración sólo puede hacerle bien.
- Al contrario, Señor Abad, el rosario es la causa de mi desgracia
- ¿Cómo así mi amigo? ¿Qué me quiere decir usted con eso?

-Ya que usted me lo pide, se lo voy a contar. En mi infancia, todos los días, mi madre me hacía rezar el rosario con ella. Cuando crecí debí partir a la ciudad para aprender un oficio. Ahí, mis amigos me indujeron al mal, al menosprecio de la ley de Dios. En eso andaba, cuando fui llamado a casa. Mi madre agonizaba. Para no hacerla sufrir, fingiendo le prometí rezar parte del rosario, cada día, cuantas veces pudiera. Mi pobre madre me entregó, entonces, su rosario. Después de su entierro, volví al taller; pero en el camino, por obra del demonio, me vino a la mente este pensamiento: "Despréndete de ese rosario, tíralo lejos". Yo lo hice y lo lancé con menosprecio sobre la carretera. Desde entonces, soy desgraciado, creo que vivo bajo una maldición.

El sacerdote conmovido le pregunta: "¿En qué momento y en qué año, le ocurrió esto? Ante la respuesta precisa del enfermo, el padre se saca del bolsillo el rosario y le dice: "Amigo, ¿reconoce usted este rosario?" El enfermo lanzó un grito: "¡Es el rosario de mi madre!" Y lo tomó amorosamente en sus manos, mientras lo besaba llorando.

- Y bien, dijo, el capellán, este rosario que usted llama la causa de su desgracia ha sido la de mi felicidad, a él le debo ser sacerdote. Ahora, mi amigo, él también va a ser la suya.
- Sí, Señor Abad, yo me quiero confesar.
- Mañana vendré para administrarle el sacramento de los enfermos. Mientras tanto le dejo el rosario para que repare su falta, lo recuperaré más tarde.

Días después, el enfermo murió besando el rosario de su madre, feliz y santificado.... Y el sacerdote tomó de nuevo el rosario, que desde entonces llevaba siempre consigo.




Fragmento de Sacerdocio y Renovación
Citado en el compendio mariano del P. Albert Pfleger 1977







jueves, 23 de octubre de 2008

La pérdida y el hallazgo de Jesús


No siempre se encuentra Jesús donde se lo busca; pero con frecuencia se lo encuentra donde menos se cree. Por eso que nadie presuma de ser el único en poseer a Jesús; que nadie desprecie a otro porque ignora en qué medida puede agradar internamente a Dios, realidad esta que escapa a los hombres, aun cuando por su exterior pueda él parecer un individuo insignificante.

Por consiguiente, no debe parecerme una cosa extraña ni una novedad que yo pierda a Jesús. Pero sé que esto sería dañoso para mí y muy doloroso para mi corazón. Confieso que soy culpable y digno de graves castigos, porque no he guardado bien mi corazón y me he portado con mucha tibieza y negligencia. Debido a lo cual he perdido la gracia de Jesús y no sé quién me la podrá restituir, si él mismo no se dignara una vez más tener compasión de mí que soy un pobrecito.

Clementísima Madre de Dios, socórreme en esta desgracia; ayúdame, Señora mía; protégeme, amadísima Virgen María, puerta de la vida y de la misericordia. Te pido aliento y ayuda. Tú conoces mejor que ninguno qué gran dolor causa la pérdida de Jesús y cuánta alegría reporta su hallazgo.

Dado que tú eres la que está más cerca de Jesús, quédate a mi lado hasta que lo encuentre. Después de haberlo visto y encontrado, cantaré jubiloso en tu compañía: "Alégrense todos conmigo porque he hallado a Aquel a quien ama mi alma".

Imitación de María
Tomás de Kempis

Fidelidad a la misión


La fidelidad de Juan Diego no acabó en la transmisión del mensaje. Quiso permanecer junto a su amada Madrecita todos los días de sus 17 años de vida que siguieron a las apariciones.


Cuando se hizo el traslado de la imagen de María a la pequeña ermita, Juan Diego pidió al señor Zumárraga que le concediese el honor de vivir para siempre en aquel lugar, viendo que nada faltase para honra de la que había querido retratarse en su pobre tilma, hecha de magüey.


La noticia corrió como un reguero de pólvora, y de todas partes llegaban multitudes para escuchar el relato de labios del mismo que había conversado con la Virgen.


Desde entonces, Juan Diego se abocó a acompañar y velar por la imagen de la Señora, y a compartir con todos los peregrinos su maravillosa experiencia.

Oración de Juan Pablo II


¡Bendito Juan Diego, indio bueno y cristiano, a quien el pueblo sencillo ha tenido siempre por varón santo!
Te pedimos que acompañes a la Iglesia que peregrina en todo el mundo, para que cada día sea más evangelizadora y misionera. Alienta a los obispos, sostén a los sacerdotes, suscita nuevas y santas vocaciones, ayuda a todos los que entregan su vida a la causa de Cristo y a la extensión de su Reino.

¡Dichoso Juan Diego, hombre fiel y verdadero! Te encomendamos a nuestros hermanos y hermanas laicos, para que, sintiéndose llamados a la santidad, impregnen todos los ámbitos de la vida social con el espíritu evangélico. Bendice a las familias, fortalece a los esposos en su matrimonio, apoya los desvelos de los padres por educar cristianamente a sus hijos.

Mira propicio el dolor de los que sufren en su cuerpo o en su espíritu, de cuantos padecen pobreza, soledad, marginación o ignorancia. Que todos, gobernantes y súbditos, actúen siempre según las exigencias de la justicia y el respeto de la dignidad de cada hombre, para que así se consolide la paz.

¡Amado Juan Diego, “el águila que habla”! Enséñanos el camino que lleva a la Virgen Morena del Tepeyac, para que Ella nos reciba en lo íntimo de su corazón, pues Ella es la Madre amorosa y compasiva que nos guía hasta el verdadero Dios.

Amén

Guadalupe


Sucedió un 9 de diciembre de 1531, en una colina llamada del Tepeyac, en México.
Un indígena pobre, de edad mediana, de nombre Juan Diego, se hallaba en camino hacia la iglesia, cuando se sintió maravillado ante el sonido de una música bellísima. Y, escuchó... una voz de mujer lo llamaba por su nombre.

La Señora que habló a Juan Diego se identificó a sí misma como “Santa María Virgen, Madre de Dios, del Telt”. Llevaba por vestido una túnica indígena adornada con símbolos aztecas y portaba el cinto negro propio de las mujeres embarazadas.
No hablaba español, sino náhuatl, el idioma del propio Juan Diego.

Así comenzaba la larga historia de amor maternal entre María, la Madre de Dios, y cada uno de sus hijos más pequeños. Una historia de comprensión, de cercanía, de fidelidad.

El mensaje de Guadalupe

martes, 21 de octubre de 2008

Pensamientos


La revolución del amor comienza con una sonrisa.
Sonríe cinco veces al día a quien en realidad no quisieras sonreír.

Nuestra alegría es el mejor modo de predicar el cristianismo.

No es importante lo que uno hace, sino cómo lo hace, cuánto amor, sinceridad y fe ponemos en lo que realizamos.

Ama hasta que te duela, si te duele es la mejor señal.

El aborto mata la paz del mundo… Es el peor enemigo de la paz. Porque si una madre es capaz de destruir a su propio hijo, ¿qué me impide matarte?
¿Qué te impide matarme? Ya no queda ningún impedimento.

El sufrimiento compartido y soportado juntos, se convierte en alegría. No olvidemos que la Pasión de Cristo desemboca siempre en la Resurrección. Cuando sientas los sufrimientos de Cristo en tu propio corazón, recuerda que la Resurrección está cercana, que la alegría de la Pascua empieza a amanecer. Nunca permitas que la amargura se apodere de tu corazón, hasta el punto de que llegues a olvidarte de Cristo Resucitado.

Madre Teresa

Frases


Si de noche lloras por el sol, no verás las estrellas.
La vida se nos da y la merecemos dándola.
Cuando somos grandes en humildad, estamos más cerca de lo grande.
El que lleva su farol a la espalda, no echa delante más que su sombra.
La tormenta de anoche, ¡de qué paz dorada ha coronado la mañana!
El tesoro de la castidad viene de la abundancia del amor.
Rabindranath Tagore

El primer fundamento del valor del trabajo, es el hombre mismo, que es el sujeto del trabajo.
Juan Pablo II

Cada vez que un hombre desorientado levanta sus ojos y al ver una estrella en el cielo, renace en él la esperanza, es Navidad.
Cesbron

La verdadera santidad consiste en hacer la voluntad de Dios con una sonrisa.
Madre Teresa

El mejor uso de la vida es gastarla por algo que dure más que la vida misma.
W. James

El hombre que mira con gusto la muerte del día quiere olvidar. Acaso porque sabe que todas las cosas son nuevas mañana.
Confucio

Solamente quienes toman sosegadamente aquello por lo cual se atarea la gente del mundo, pueden atarearse por aquello que la gente del mundo toma sosegadamente.
Chang Ch’an

Los que son sabios rara vez hablan, y los que hablan rara vez son sabios.
Li Liweng

Trátenlo bien, que también él es hijo de alguien.
T’ao Yüanming


La cruz


¿Sabes, amigo, por qué a veces, nuestra cruz resulta intolerable? ¿Por qué es un enigma incomprensible y desconcertante?
¿Sabes por qué llega a convertirse en desesperación y suicidio?

Porque entonces nuestra cruz es una cruz sola, una cruz sin Cristo.
Y una cruz así, sola y vacía, es inaguantable. La cruz solamente se puede tolerar cuando lleva un Cristo entre sus brazos. Una cruz laica; sin sangre ni amor de Dios, es absurdo aguantarla. No tiene sentido.

Por eso se me ocurre una idea: yo tengo un Cristo sin cruz. Míralo.
Y tú tienes tal vez una cruz sin Cristo. Esa que tú sabes.

Los dos están incompletos.
Mi Cristo no descansa porque falta su cruz. Tú no resistes tu cruz, porque te falta Cristo.
Un Cristo sin cruz.
Una cruz sin Cristo.

¿Por qué no los juntamos? Y los completamos.

¿Por qué no le das tu cruz vacía a Cristo?
Saldremos todos ganando. Ya lo verás.

Tú tienes una cruz sola, vacía, helada, negra, pavorosa, sin sentido: una cruz sin Cristo.

Te comprendo: sufrir así es irracional.
No me explico cómo has podido tolerarla tanto tiempo.
Una cruz despojada de Cristo, es un castigo, un puro instrumento de tortura, el principio lógico de la desesperación.

Tienes el remedio en tus manos: no sufras más solo.

Anda, dame esa cruz tuya, vacía y sola.
Yo te doy a cambio este Cristo Roto, sin reposo y sin cruz.

Dale tu cruz.
Toma mi Cristo.
Júntalos. Clávalos. Abrázalos. Bésalos.
Y todo habrá cambiado.

Mi Cristo Roto descansa en tu cruz. Tu cruz se ablanda y suaviza con mi Cristo en ella.

Sobre lo que era un garabato incomprensible de sufrimientos, está la Sangre, la Paciencia, la Sabiduría, la Paz, la Redención, el Amor.

Tu cruz, ya no es tu cruz solamente; es también y al mismo tiempo, la cruz de Cristo.
Anda, toma tu cruz, amigo; tu cruz con Cristo.

Ya no sufrirás solo.
La llevarán entre los dos: que es repartir el peso.

Y acabarás, supremo hallazgo, puesto que en ella está Cristo, por abrazar y amar tu cruz.

Ramón Cue
Mi Cristo Roto

miércoles, 15 de octubre de 2008

Patrono de la Ecología


Bula de Proclamación de San Francisco de Asís como Patrono de la Ecología


Entre los santos y los hombres ilustres que han tenido un singular culto por la naturaleza, como magnífico don hecho por Dios a la humanidad, se incluye justamente a San Francisco de Asís. El, en efecto, tuvo en gran aprecio todas las obras del Creador y, con inspiración casi sobrenatural, compuso aquel bellísimo "Cántico de las Criaturas", a través de las cuales, especialmente del hermano sol, la hermana luna y las estrellas, rindió al omnipotente y buen Señor la debida alabanza, gloria, honor y toda bendición.

Por eso, con loabilísima iniciativa, nuestro hermano, el cardenal Silvio Oddi, Prefecto de la Sagrada Congregación para el Clero, en nombre especialmente de los miembros de la Sociedad Internacional Planning Environmental and Ecologycal Institute for Quality Life, ha expuesto a esta Sede Apostólica el deseo de que San Francisco de Asís sea proclamado celeste Patrono de los cultivadores de la ecología.

Por tanto Nos, conocido el parecer de la Sagrada Congregación para los Sacramentos y el Culto Divino, por medio de estas nuestras Letras y a perpetuidad, proclamamos a San Francisco de Asís, celestial Patrono de los cultivadores de la ecología, con todos los honores y privilegios litúrgicos inherentes. No obstante cualquier norma en contrario. Así lo disponemos, ordenando que las presentes Letras sean religiosamente conservadas y logren, en el presente y en el futuro, su pleno efecto.

Dado en Roma, junto a San Pedro, bajo el anillo del Pescador, el día 29 de noviembre del año del Señor 1979, II de nuestro pontificado.

Joannes Paulus pp. II

lunes, 13 de octubre de 2008

Extraordinario


Un día en el que Clara y Francisco iban caminando de Spello a Asís, sintieron una gran tristeza.
En un punto del camino entraron en una casa a pedir algo para comer y les dieron un pequeño pan y un poco de agua. Mientras estaban allí, se dieron cuenta de que la gente los miraba con malicia, que empezaban a cuchichear y a hacerles bromas e insinuaciones. Por lo tanto, retomaron el camino en silencio.
Era invierno y la nieve cubría todo el paisaje. En seguida empezó a oscurecer. Entonces Francisco dijo: "¿Te diste cuenta de lo que la gente decía de nosotros?".

Clara no respondió. Su corazón se contrajo, y estuvo a punto de llorar.
Finamente, Francisco le dijo: "Es hora de que nos separemos". Entonces, Clara se arrodilló en medio del camino. Después de un instante se puso de pie y, con la cabeza inclinada hacia abajo, partió, dejando atrás a Francisco.

El camino pasaba a través de un bosque. En ese lugar ella no pudo soportar el haberlo abandonado de esa manera, sin esperanza ni consuelo, sin una palabra de despedida. Entonces lo esperó.

"¿Cuándo nos volveremos a ver?", le preguntó Clara. Y Francisco le respondió: "En verano, cuando florezcan las rosas."

Entonces sucedió algo extraordinario.
Todas las plantas y arbustos que los rodeaban se cubrieron de una infinidad de rosas.
Recuperándose de la sorpresa, Clara cortó un ramo y lo depositó en las manos de Francisco.
Desde ese día Clara y Francisco no se separaron nunca más.

Antigua leyenda franciscana

No te detengas...


La piel se arruga, el pelo se vuelve blanco, los días se convierten en años. Pero lo importante no cambia.

Tu fuerza y tu convicción no tienen edad.

Detrás de cada línea de llegada, hay una partida. Detrás de cada logro, hay otro desafío.

Mientras estés vivo, siéntete vivo. Si extrañas lo que hacías, vuelve a hacerlo.

No vivas de fotos amarillas. Sigue, aunque todos esperan que abandones.

No dejes que se oxide el hierro que hay en tí.

Haz que en vez de lástima te tengan respeto.

Cuando por los años no puedas trotar, camina. Cuando no puedas caminar, usa bastón.


¡Pero nunca te detengas!



Madre Teresa de Calcuta

martes, 7 de octubre de 2008

Alegría


Una vez Francisco y el hermano León fueron juntos a Siena. Francisco estaba triste porque la gente se había mostrado muy poco cortés con ellos.

Entonces empezó a pensar en su querida Asís, donde estaban sus hermanos espirituales y Clara, su querida hija en el Señor. El sabía cuánto amaba ella la santa pobreza, hasta el punto de temer que se enfermara.

Abrumado por estos pensamientos, sintió que no podía seguir adelante y, con su compañero, se detuvieron en un lugar donde el camino conducía hacia el campo. Entonces se dirigieron a un pozo donde por un largo rato Francisco permaneció mirando el agua.

Luego, levantó la cabeza y, lleno de alegría, le dijo al hermano León: “Hermano León, corderito de Dios, ¿sabes qué estaba mirando en el agua del pozo?”

El hermano León respondió: “La luna que se refleja en ella.”
“No, hermano León, no estaba mirando a la hermana Luna, sino el verdadero rostro de nuestra hermana Clara, por la misericordia de Dios. Su renuncia a todo es tan pura y llena de santa alegría, que mis temores desaparecieron. Ahora sé que esa alegría perfecta la recibió de Dios. Ella es el fruto del don abundante de la santa pobreza.”

De una leyenda popular franciscana

Francisco y Clara


Un día, Francisco y Clara caminaban por las orillas opuestas de un río. Cuando Francisco vio a Clara, trató de cruzar el río para saludarla, pero la fuerza de la corriente, que formaba remolinos, se lo impidió.
Se puso muy triste de que el peligro de las aguas no lo dejara llegar hasta ella. Entonces, Clara arrojó al río su manto y, caminando sobre él, alcanzó la otra orilla en un instante.
Francisco, asombrado y devoto, le dijo: “Ves, Clara, tú estás más cerca de Dios que yo.”

Historia popular de los campesinos de Rocca Sant’ Angelo
Nuova Vita di San Francesco