lunes, 22 de febrero de 2010

El cuerpo


¿Cómo sería el cuerpo de San Francisco?

Dicen que de fino parecía que pudiera dispersarlo el viento. Echaba poca sombra; la sombra es como una soberbia de las cosas, ésa del árbol que pinta el césped o ésa de mujer que pasa empañando un instante la fuente. Apenas echaba sombra el Pobrecillo.

Era pequeñito. Como cruza un cabrilleo por el agua, cruzaba él por los caminos y más se le sentía la presencia que se le veía la forma.

Ligeros los brazos tanto que los costados no se los sentían caídos; la cabeza como una cabezuela de estambre dentro de la flor, tenía una mecedura llena de gracia; las piernas leves por el pasar siempre sobre las hierbas sin doblarlas, y angosto el pecho aunque fuese tan ancho para el amor (el amor es esencia y no agua que requiera grandes vasos). Y la espalda también era estrecha por humildad, para que se pensase en una cruz pequeña, menor que la Otra.

Tenía enjutos de arder los costados. La carne de su juventud se había ido junto con los pecados de ella.

Tal vez le crepitaba el cuerpecillo como crepitan de ardor los cactus áridos.

La felicidad humana es una cosa como de gravidez, y no la quiso; el dolor es otra espesura que rinde, y lo huía. Lo ingrávido era ese gozo de las criaturas que quiso llevar siempre.

Solía sentir el mundo ligero como una corola. Y él, posado en sus bordes no quería pesarle más que la abeja libadora.

¿Quién canta mejor en los valles cuando pasa el viento? Los gruesos oídos dicen que es una mujer que adelgaza el grito en su garganta de carne.

Pero el que canta mejor es el carricillo vaciado, donde no hay entrañas en que la voz se enrede, y ese carricillo que se erguía en el valle eras tú, menudo Francisco, el que apenas rayaste el mundo como una sombrita delgada.

Motivos de San Francisco
Gabriela Mistral

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