martes, 23 de febrero de 2010

Los labios


Y eran delgados los labios del Pobrecillo; estaban hechos para las palabras ligeras como una exhalación.

Todas las cosas tienen labios: los del surco son espesos, tienen que dar su grosura a los tubérculos y entregar el óleo de la aceituna negra; los labios del mar son numerosos y anchos y derraman ese gozo salvaje que hace gritar a las gaviotas. Los suyos pedían olvidarse porque estaban casi siempre silenciosos.

Su color no sería ardiente. Yo los veo con esa sonrosadura que tiene el jazmín en botón.

La sonrisa duraba en ellos hasta en el sueño, una sonrisa distinta de la nuestra, sin la malicia que se esconde como un granillo de mostaza en nuestras comisuras.

Ellos dieron a la tierra el beso más leve que ha recibido. Como no besaron boca de mujer, no conocieron frenesí. Le parecieron pequeños sus labios para besar el mundo, y se puso a cantar canciones. (Las canciones son como muchos labios derramados entre las criaturas). Su sonrisa descubría la gracia de los dientes menudos, más delgados que los nuestros, que exprimen recias carnes.

Y el aliento no conoció el jadeo de la violencia: era como la tremolación, imperceptible de la hierba quieta.

Le labraron a Francisco los labios para la canción con misericordia.

Motivos de San Francisco
Gabriela Mistral

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