viernes, 21 de agosto de 2009

El árbol de la Vida


Hace unos años tuve la suerte de ver el árbol de navidad probablemente más antiguo que se haya conservado en todo el mundo.

Este árbol viene a ser algo así como la imagen del altar mayor de la iglesia del Christkindl ( del Niño Jesús), situada en las afueras de la ciudad de Steyr, en el norte de Austria.

La historia del árbol se remonta hasta el año 1694. En ese entonces, Steyr había recibido un nuevo campanero y director de coro que sufría de epilepsia, la "enfermedad de las caídas", como lo consigna con candidez la crónica. El hombre había aprendido en Melk, de donde era oriundo, la veneración del Niño Jesús. Así pues, colocó en la cavidad de un abeto de mediana altura una imagen de la Sagrada Familia y cultivó frente a esa imagen sus prácticas de piedad que le proporcionaban fortaleza y consuelo.

Después se enteró de la existencia de una imagen del Niño Jesús que había traído la curación a una monja paralítica. Finalmente, recibió una reproducción exacta de esa imagen: un Niño Jesús de cera que sostiene en una mano la cruz y en la otra la corona de espinas.

El hombre llevó esa imagen al árbol, rezó frente a ella su devoción y sintió que de ella emanaba una fuerza sanadora.

Poco a poco, los hombres de la zona fueron enterándose y comenzaron a peregrinar al Niño Jesús del árbol.

Imponiéndose a los titubeos de las autoridades eclesiásticas de Passau lograron que se construyera en torno al árbol una pequeña iglesia. Así, en 1708 se colocó la piedra fundamental de la iglesia del Christkindl, que fue erigida por los arquitectos más célebres de esa época en Austria siguiendo el modelo de Santa María Rotonda de Roma.

La iglesia se ha convertido de alguna manera en una preciosa envoltura del árbol, del cual surgen el altar y el sagrario: el árbol sigue conteniendo el pequeño Niño Jesús de cera, que, con corona y rodeado de rayos dorados, entraña promesa y esperanza para los hombres.


La bendición de la Navidad
Joseph Ratzinger
Benedicto XVI

domingo, 9 de agosto de 2009

Plegaria de un sacerdote


Señor Tú lo sabes todo. Tú sabes que yo te amo.

Haz que yo sea el pastor que salva las ovejas aprisionadas entre zarzarles; el pescador que, a Tu mandato, aun después del trabajo infructuoso de largas noches, hecha nuevamente su red con confianza. Haz que sea yo el imán capaz de atraer a cuantos se aproximen a mi círculo de acción.

Sea yo el obrero que recoge la mies, aquella de la que Tú dijiste: “La mies es mucha y los obreros pocos”.

Que sea yo chispa de fuego que sepa propagar el que Tú trajiste al mundo y lo encienda en el alma de cuantos encuentre por el camino.

Concédeme que, al entrar en la escuela, descubra en los ojos de los niños todo el tesoro de sus almas, y que sientan como si Tú mismo te acercaras a ellos.

Que al sentarme en el confesionario y abrir ante mí los hombres su vida más oculta, sus obras cubiertas por el velo del secreto, aquellas que quisieran ocultar, no sólo a los amigos y a los padres, sino a sí mismos y a Dios, pero que allí descubren con sinceridad admirable, sea yo entonces consejero, consuelo, amigo, médico, padre espiritual de tantas almas pecadoras que sufren, que se revuelven en miserias.

Que al dirigirme, con Tu Cuerpo Sacratísimo en mi mano, al agonizante, tenga yo arrestos para ayudarle a levantar su vista quebrantada hasta el cielo. Que pueda sufrir con los que sufren, alegrarme con los que se alegran, serlo todo para todos, y que el fuego sagrado que arde ahora en mi alma, no pierda nunca su intensidad…

Es lo que te suplico, Señor.

Y aun te pido algo más: la virtud de no esperar por esas cosas el aplauso de los hombres, un galardón terreno.
Sino que al entrar, cansado por el trabajo del día, en el silencio de mi cuarto, donde no me aguarda nadie para distraerme, y al postrarme de hinojos en el reclinatorio, a los pies del crucifijo, vea en Tu rostro vuelto hacia mí y en Tus dulces ojos, todo mi consuelo, mi fuerza, mi felicidad, mi galardón….


TIHAMER TOTH
Obispo de Verszprem (Hungría)
1890-1940

Adhesión del Instituto Hugo Wast al Año Sacerdotal

Hugo Wast


En 1968 un grupo de personalidades argentinas, entre otros Juan Carlos Moreno, el padre Guillermo Furlong SJ, Juan Bautista Magaldi, Oscar Ivanissevich, José Arce, Enrique Mario Mayochi y Alberto Ezcurra Medrano, fundaron el Instituto Hugo Wast, una entidad civil que tiene el propósito de perpetuar la memoria y la obra del gran novelista y político católico argentino, cuyo verdadero nombre era Gustavo Martínez Zuviría (1883-1963). En 1943 Martínez Zuviría fue ministro de Justicia y Educación Pública, cargo que aceptó con la condición de que se introdujera la enseñanza religiosa en todas las escuelas.

Entre el cúmulo de novelas y otros escritos salidos de la fértil pluma de Hugo Wast, se halla una bella y delicada perla literaria, titulada “Cuando se piensa…”, dedicada a la dignidad e importancia de los sacerdotes, que en su momento fue publicada en numerosas revistas, boletines parroquiales y hojas, y distribuida en incontables ejemplares.

Con el propósito de colaborar en la reflexión sobre el sacerdocio católico, y al mismo tiempo expresar su adhesión a la celebración del Año Sacerdotal establecido por el papa Benedicto XVI, el Instituto Hugo Wast ha enviado a AICA ese texto para que sea difundido entre sus abonados y se reproduzca libremente para conocimiento de los fieles del país y del exterior.

Lo consignamos a continuación:

CUANDO SE PIENSA...(por Hugo Wast)


Cuando se piensa que ni la Santísima Virgen puede hacer lo que un sacerdote.

Cuando se piensa que ni los ángeles ni los arcángeles, ni Miguel ni Gabriel ni Rafael, ni príncipe alguno de aquellos que vencieron a Lucifer pueden hacer lo que un sacerdote.

Cuando se piensa que Nuestro Señor Jesucristo en la última Cena realizó un milagro más grande que la creación del Universo con todos sus esplendores y fue el convertir el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre para alimentar al mundo, y que este portento, ante el cual se arrodillan los ángeles y los hombres, puede repetirlo cada día un sacerdote.

Cuando se piensa en el otro milagro que solamente un sacerdote puede realizar: perdonar los pecados y que lo que él ata en el fondo de su humilde confesionario, Dios obligado por su propia palabra, lo ata en el cielo, y lo que él desata, en el mismo instante lo desata Dios.

Cuando se piensa que la humanidad se ha redimido y que el mundo subsiste porque hay hombres y mujeres que se alimentan cada día de ese Cuerpo y de esa Sangre redentora que sólo un sacerdote puede realizar.

Cuando se piensa que el mundo moriría de la peor hambre si llegara a faltarle ese poquito de pan y ese poquito de vino.

Cuando se piensa que eso puede ocurrir, porque están faltando las vocaciones sacerdotales; y que cuando eso ocurra se conmoverán los cielos y estallará la Tierra, como si la mano de Dios hubiera dejado de sostenerla; y las gentes gritarán de hambre y de angustia, y pedirán ese pan, y no habrá quien se los dé; y pedirán la absolución de sus culpas, y no habrá quien las absuelva, y morirán con los ojos abiertos por el mayor de los espantos.

Cuando se piensa que un sacerdote hace más falta que un rey, más que un militar, más que un banquero, más que un médico, más que un maestro, porque él puede reemplazar a todos y ninguno puede reemplazarlo a él.

Cuando se piensa que un sacerdote cuando celebra en el altar tiene una dignidad infinitamente mayor que un rey; y que no es ni un símbolo, ni siquiera un embajador de Cristo, sino que es Cristo mismo que está allí repitiendo el mayor milagro de Dios.

Cuando se piensa todo esto, uno comprende la inmensa necesidad de fomentar las vocaciones sacerdotales.

Uno comprende el afán con que en tiempos antiguos, cada familia ansiaba que de su seno brotase, como una vara de nardo, una vocación sacerdotal.

Uno comprende el inmenso respeto que los pueblos tenían por los sacerdotes, lo que se refleja en las leyes.

Uno comprende que el peor crimen que puede cometer alguien es impedir o desalentar una vocación.

Uno comprende que provocar una apostasía es ser como Judas y vender a Cristo de nuevo.

Uno comprende que si un padre o una madre obstruyen la vocación sacerdotal de un hijo, es como si renunciaran a un título de nobleza incomparable.

Uno comprende que más que una Iglesia, y más que una escuela, y más que un hospital, es un seminario o un noviciado.

Uno comprende que dar para construir o mantener un seminario o un noviciado es multiplicar los nacimientos del Redentor.

Uno comprende que dar para costear los estudios de un joven seminarista o de un novicio, es allanar el camino por donde ha de llegar al altar un hombre que durante media hora, cada día, será mucho más que todas las dignidades de la tierra y que todos los santos del cielo, pues será Cristo mismo, sacrificando su Cuerpo y su Sangre, para alimentar al mundo.+ (AICA).