domingo, 24 de febrero de 2013

La bendición de la Navidad



“Adviento”: Es una palabra latina que traducimos al español como “presencia, llegada”. En el lenguaje del mundo antiguo, Adviento era un término técnico que servía para designar la llegada de un funcionario, en especial de reyes o emperadores, a alguna zona de provincia. También podía designar la venida de la divinidad, que sale de su ocultamiento y demuestra poderosamente su presencia o cuya presencia es celebrada solemnemente en el culto. Los cristianos asumieron esa palabra para expresar su relación personal con Jesucristo. Para ellos, Cristo es el rey que ha venido a la pobre zona de provincia de la tierra y que regala a la tierra la fiesta de su visita. El es Aquél cuya presencia en la asamblea litúrgica es objeto de su fe. Con la palabra Adviento, los cristianos querían decir, en sentido muy general: Dios está presente. El no se ha retirado del mundo. No nos ha dejado solos. Aún cuando no lo veamos ni podamos tocarlo físicamente como se tocan las cosas, está presente y viene a nosotros de múltiples maneras.

Un elemento fundamental del Adviento es la espera, que es al mismo tiempo esperanza.

El hombre es en su vida un ser que espera. Como niño quiere llegar a ser adulto, como adulto quiere progresar y tener éxito; por fin, anhela el descanso y, finalmente, llega el tiempo en que descubre que ha puesto sus esperanzas en demasiado poca cosa si, más allá de la profesión y de la posición social, no le queda nada más que esperar.

La esperanza cristiana significa que cada momento de la vida tiene su valor; significa que podemos aceptar el presente y que debemos llenarlo porque todo lo que hemos asumido desde nuestro interior tiene permanencia.

El Adviento es también y de manera especial un tiempo de alegría. La alegría de que Dios se ha hecho niño, un niño que nos anima a tener confianza como los niños, a regalar y recibir regalos.

Así la Navidad se convirtió en la fiesta de los regalos, en la que nosotros imitamos al Dios que se regala a sí mismo y que, con ello, nos da nuevamente la vida.



Joseph Ratzinger
Benedicto XVI