viernes, 29 de agosto de 2008

Solo por hoy


Solo por hoy trataré de vivir exclusivamente el día, sin querer resolver el problema de mi vida todo de una vez

Solo por hoy tendré el máximo cuidado de mi aspecto: cortés en mis maneras, no criticaré a nadie y no pretenderé mejorar o disciplinar a nadie, sino a mí mismo.
Solo por hoy seré feliz, en la certeza de que he sido creado para la felicidad, no solo en el otro mundo, sino en éste también.

Solo por hoy me adaptaré a las circunstancias sin pretender que las circunstancias se adapten todas a mis deseos.

Solo por hoy dedicaré diez minutos de mi tiempo a una buena lectura; recordando que, como el alimento es necesario para el cuerpo, así una buena lectura es necesaria para la vida del alma.
Solo por hoy haré una buena acción y no lo diré a nadie.

Solo por hoy haré por lo menos una cosa que no deseo hacer; y si me sintiera ofendido en mis sentimientos, procuraré que nadie se entere.

Solo por hoy me haré un programa detallado. Quizá no lo cumpla cabalmente, pero lo redactaré. Y me guardaré de dos calamidades: la prisa y la indecisión.

Solo por hoy creeré firmemente-aunque las circunstancias demuestren lo contrario- que la buena providencia de Dios se ocupa de mí como si nadie existiera en el mundo.

Solo por hoy no tendré temores. De manera particular no tendré miedo de gozar de lo que es bello y de creer en la bondad. Puedo hacer el bien durante doce horas.

Solo por hoy.

Juan XXIII

Milagro de San Francisco en España


En España existió un señor rico y noble, dueño de una fortaleza. Devoto de San Francisco, lo mismo que su mujer, daba hospedaje a los frailes y era su principal bienhechor.
Como no tenían herederos, por ser estéril la esposa, hicieron voto a San Francisco que, si lograban tener descendencia, lo servirían con toda su casa y darían hospitalidad a todos los frailes de su Orden perpetuamente. El bienaventurado padre San Francisco los favoreció desde lo alto y recibieron de Dios un hijo.

Sucedió que, cuando este niño tenía ocho años, un día su madre salió temprano para ir a la iglesia, como de costumbre, dejándolo dormido en casa. Cuando se despertó y vio que era de día, se levantó, y dirigiéndose luego a la huerta, subió a un árbol a comer cerezas, que justamente estaban maduras. Pero inclinándose descuidadamente cayó del árbol sobre unas estacas agudas y quedó clavado en una, que le entró por el vientre y salía por la espalda.

La madre volvió de la iglesia, y advirtió que el niño se había levantado; pero al creer que estaría, como otras veces, con los sirvientes, no pensó en buscarlo hasta que tuvo la mesa puesta para comer con su marido. Buscándolo entonces y llamándolo por todas partes los criados, entraron por fin en la huerta, y viéndolo muerto de esa forma tan trágica, avisaron a los padres.

Estos corrieron con dolor y llanto, y hallaron a su hijo ya muerto y atravesado por la estaca. Lo sacaron de allí, y entre alaridos de dolor lo llevaron a casa, y estaban al lado del cadáver, profundamente apenados por la desgracia, e invocaban a San Francisco, cuando el portero les anunció que venían hacia el castillo dos frailes Menores.

Al oír esto, los padres del niño pidieron que nadie diese muestras de pena ni de llanto, sino que todos los acompañasen a recibir a los frailes con un rostro alegre, como acostumbraban, y que preparasen agua para lavarles los pies.
Llevaron el cadáver a otra habitación interior, salieron al encuentro de los frailes, los recibieron con mucho agrado y benignidad y les lavaron los pies.

La señora hizo llevar el agua en la que les había lavado los pies a la habitación donde yacía muerto el niño, invocó con lágrimas a San Francisco(pues tenía confianza en Nuestra Señora y en los méritos de su siervo), metió con sus manos el cadáver en el cubo, y comenzó a lavarlo y echarle agua en el vientre y en la herida, y decía:

-San Francisco, devuélveme ahora el hijo único que por tu intercesión me dio el Señor, para que con los dos favores quedemos más obligados a dar gracias a Dios y a ti, yo y toda mi casa.

¡Algo increíble! A la vista del padre y de la madre y de muchos de la familia, el niño se levantó sano e incólume, sin que le quedase otra señal que una pequeña cicatriz en el vientre, como testimonio de tan gran milagro.
El llanto doloroso de los parientes y allegados se convirtió en lágrimas de gozo y alegría. Padre y madre acudieron a comunicar el hecho a los frailes que habían dejado en la sala y darles las gracias, pero ya no pudieron hallarlos.

Entonces prorrumpieron en alabanzas al Señor, con lágrimas vivas, y reconocieron unánimes que San Francisco había venido a resucitarles el hijo.



Este milagro lo relató fray Guillermo Quertorio, Provincial de Génova, hombre de probada honestidad y famoso en la Orden, el cual, de paso por España, al Capítulo General, se hospedó en casa de este noble señor, padre del niño resucitado.



Florecillas de San Francisco

jueves, 28 de agosto de 2008

La vida



La vida es una oportunidad, aprovéchala.
La vida es belleza, admírala.
La vida es bienaventuranza, saboréala.
La vida es un sueño, hazlo realidad.
La vida es un desafío, enfréntalo.
La vida es un deber, cúmplelo.
La vida es un juego, juégalo.
La vida es un tesoro, cuídalo.
La vida es una riqueza, consérvala.
La vida es amor, gózalo.
La vida es un misterio, descúbrelo.
La vida es una promesa, realízala.
La vida es tristeza, supérala.
La vida es un himno, cántalo.
La vida es una lucha, acéptala.
La vida es una aventura, arriésgate.
La vida es felicidad, merécela.
La vida es vida, defiéndela


Madre Teresa de Calcuta

Padre Nuestro



No digas PADRE, si cada día no te comportas como un hijo.

No digas NUESTRO, si vives aislado en tu egoísmo.

No digas QUE ESTAS EN LOS CIELOS, si sólo piensas en las cosas terrenas.

No digas SANTIFICADO SEA TU NOMBRE, si no lo honras.

No digas HAGASE TU VOLUNTAD, si no la aceptas cuando es dolorosa.

No digas EL PAN NUESTRO DE CADA DIA, si no te preocupas por la gente que tiene hambre.

No digas PERDONA NUESTRAS OFENSAS, si guardas rencor a tu hermano.

No digas LIBRANOS DEL MAL, si no tomas partido contra el mal.

No digas AMEN, si no has entendido o no has tomado en serio las palabras del PADRE NUESTRO.

viernes, 22 de agosto de 2008

Juan Pablo II y María


Totus Tuus


En latín,Todo Tuyo. Con este lema, Juan Pablo II consagró su pontificado a María, como intercesora permanente de toda su obra que marcó sus más de 26 años como pastor de la Iglesia Universal.

Con esta consagración al cuidado maternal de la madre del Señor, el Papa la situó dentro de la fe como modelo de vida para la Iglesia y todos los cristianos.


Ciertamente, esta presencia lo urgió, tal como al apóstol Pablo, a no dejar de misionar. Decidió, entonces, recorrer el mundo, como una manera de manifestar ese ímpetu y convencido de que acercaría al Señor, a quienes esperaban palabras de esperanza o, simplemente, no lo conocían.
Ese mismo mundo, que compartió desde joven en su sufrida tierra natal de Polonia, inspiró su mensaje llenándolo de esperanza.


Con la inspiración de María, también luchó por la unidad y la reconciliación de los cristianos del mundo, y amó a los jóvenes con quienes se reunió en numerosas oportunidades, en sus Jornadas Mundiales. Para Juan Pablo II, ellos representaban el futuro de la Iglesia y del mundo, por eso, los invitó a hacer vida las palabras de la Buena Noticia.


La protección de María, consagrada en este Totus Tuus, lo llevó a vivir, con la fuerza del testimonio, la experiencia del dolor. Desde el atentado a su vida en 1981, pasando por accidentes, enfermedades, y hasta los últimos momentos de su estadía terrena, el Papa supo decirle al mundo que el dolor tiene sentido cuando se experimenta desde la fe y que no es impedimento para anunciar el Evangelio.

Confiar en Dios



Cuentan que un andinista desesperado por conquistar el Aconcagua, inició su travesía después de años de preparación, pero quería la gloria para él solo, por lo tanto subió sin compañeros.
Empezó a subir y se le fue haciendo tarde, y más tarde, y no se preparó para acampar, sino que decidió seguir subiendo deseando llegar a la cima.


Oscureció, la noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña, ya no se podía ver absolutamente nada. Todo era negro, cero visibilidad, no había luna y las estrellas estaban cubiertas por nubes. Subiendo por un acantilado, a sólo 100 metros de la cima, se resbaló y se desplomó por los aires…caía a una velocidad vertiginosa, sólo podía ver veloces manchas cada vez más oscuras que pasaban en la misma oscuridad y la terrible sensación de ser succionado por la gravedad.


Seguía cayendo…y en esos angustiantes segundos, pasaron por su mente todos los gratos y no tan gratos momentos de su vida, pensaba que iba a morir. Sin embargo de repente sintió un tirón tan fuerte que casi lo parte en dos…


¡Sí! Como todo andinista experimentado, había clavado estacas de seguridad a una larguísima soga que lo amarraba de la cintura. En esos momentos de quietud, suspendido por los aires, no le quedó más que gritar:

¡Ayúdame, Dios mío!


De repente una voz grave y profunda de los cielos le contestó:


¿Qué quieres que haga?

¡Sálvame, Dios mío!
¿Realmente crees que te pueda salvar?
¡Por supuesto, Señor!
Entonces corta la cuerda que te sostiene…


Hubo un momento de silencio y quietud, y el hombre se aferró más a la cuerda…

Reporta el equipo de rescate que al otro día encontraron al andinista congelado, muerto, agarrado con fuerza a una cuerda…a tan sólo 12 centímetros del suelo….

viernes, 15 de agosto de 2008

¡Esto es el fin!



Cuando el pequeño se está gestando en el seno de su madre no es conciente de todo lo que vive. Pero vive. Y quizás en su futura vida recordará mucho más de lo que nos imaginamos.


Son nueve meses en los que hora a hora y día a día siente cómo adquiere una plenitud. Sus órganos se diferencian, su sensibilidad se afina, los grandes sistemas de su organismo comienzan a cumplir sus propias funciones. Aunque no lo sepa y no se lo pueda expresar a sí mismo, y menos aún a los demás, sin embargo se da cuenta de que algo se acerca. La plenitud siempre estalla en una nueva manera de existir. No hay plenitud que cristalice permaneciendo estática. Eso nunca sucede con la vida. Y todo ser vivo guarda en su memoria ancestral la experiencia de los pasos a esas nuevas etapas, mucho más plenas.


Pero el dolor y la angustia también están presentes. Allí donde la vida comienza un nuevo ciclo, se hace necesario que el anterior muera, se termine, se rompa para dar salida a lo que recién comienza. Y esto no se hace de una manera tranquila y lúcida. Se abandona lo conocido, se ingresa a lo misterioso. Se abandona la experiencia y se arriesga la esperanza.


Terminados sus nueve meses de gestación, la criatura presiente que algo va a suceder. Las contracciones se lo anuncian. Todo entra en la extraña situación de ruptura y pasaje. Finalmente sobreviene el parto para la madre que da a luz. Pero para el hijito la experiencia es muy diferente. Siente que se lo expulsa, obligándolo a abandonar lo familiar, lo conocido, lo seguro. Si pudiera expresarlo en palabras, quizá se diría angustiado a sí mismo:
- ¡Esto es el fin!


Sus padres y todos aquellos que aguardaban su venida saben muy bien que esto no es el fin absoluto. Es simplemente la conclusión de una etapa, y el comienzo de la verdadera vida. Es cierto que en el seno materno no se tenía frío, ni hambre, ni había clases sociales. Pero en este pasaje no se cae al vacío. Hay a su llegada un par de brazos paternos y senos maternos que lo aguardan para recibirlo.

Esta segunda etapa será inmensamente mejor. Ni el ojo vio, ni el oído oyó en el seno materno, lo que le estaba preparado para cuando sus padres pudieran expresarle lentamente su amor en un cara a cara. Allá fueron nueve meses. Ahora podrían ser noventa años. Antes fue solo el tiempo de crecer recibiendo. Comienza ahora el tiempo de compartir creciendo juntos al dar y al recibir. Etapa del ver, del sentir, del amar, del comunicarse y dar la vida para que otros vivan.


A los que estamos en esta segunda parte, cada día la vida nos anuncia que avanzamos hacia la angustia de un nuevo pasaje. Para los que gemimos en el seno materno de esta tierra, nos resulta incomprensible y no imaginable lo que habrá más allá. Igual como nos sucedió cuando se acercaba nuestro propio alumbramiento. Cuando se acerque nuestra segunda ruptura, puede ser que revivamos la vieja experiencia que celebramos en cada cumpleaños pero de la que recordamos sólo la alegría de nuestros padres. Ellos fueron quienes nos enseñaron a festejarla.

Pero nosotros si fuéramos sinceros, tendríamos que saber que aquello nos hizo exclamar, igual como lo hará ahora:
-¡Esto es el fin!


Los que esperan nuestra llegada, sonreirán sabiendo que sólo se trata de un comienzo doloroso y festivo. Nos esperan dos brazos de padre, para decirnos:
-¡Vengan, benditos, al Reino que les está preparado!

Ellos desde ya nos enseñan a festejar el acontecimiento, cuando recordamos su propio pasaje desde este rancho de barro hacia la morada eterna en los cielos.
La vida no se nos quita, somos invitados a vivirla en una nueva etapa.


Cuentos rodados

Mamerto Menapace

Carta del papa Juan Pablo II a los niños en el año de la familia


¡Alabad el nombre del Señor! Los niños de todos los continentes, en la noche de Belén, miran con fe al Niño recién nacido y viven la gran alegría de la Navidad.


Cantando en sus lenguas, alaban el nombre del Señor. De este modo se difunde por toda la tierra la sugestiva melodía de la Navidad. Son palabras tiernas y conmovedoras que resuenan en todas las lenguas humanas; es como un canto festivo que se eleva por toda la tierra y se une al de los ángeles, mensajeros de la gloria de Dios, sobre el portal de Belén: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes El se complace” (Lc 2,14).


El Hijo predilecto de Dios se presenta entre nosotros como un recién nacido; en torno a El los niños de todas las naciones de la tierra sienten sobre sí mismos la mirada amorosa del Padre celestial y se alegran porque Dios los ama. El hombre no puede vivir sin amor. Está llamado a amar a Dios y al prójimo, pero para amar verdaderamente debe tener la certeza de que Dios lo quiere.

Que este amor se extienda después a toda la comunidad, mejor aún, a todo el mundo gracias a vosotros, queridos muchachos y niños. Así el amor llegará a quienes más lo necesiten, en especial a los que sufren y a los abandonados. ¿Qué alegría es mayor que el amor? ¿Qué alegría es más grande que la que tú, Jesús, pones en el corazón de los niños en Navidad?



¡ Levanta tu mano, divino Niño,
y bendice a estos pequeños amigos tuyos,
bendice a los niños de toda la tierra !




Vaticano, 13 de diciembre de 1994
Juan Pablo II

jueves, 7 de agosto de 2008

Lo que hay que entregar


San Jerónimo fue un personaje interesante. De carácter fuerte, siempre sintió gusto por los extremos. A todo se entregó con pasión. Buen escritor, nos dejó muchos relatos sobre su vida, sus búsquedas y sus luchas. Quizás no todas sean narraciones históricas. Pero tienen todo el sabor de las cosas viejas, que han aguantado los siglos sin perder el brillo.


Había nacido en la parte sur de la antigua Yugoslavia. Y cuando sentía que su temperamento le jugaba una mala pasada, solía decirle a Dios en forma de disculpa:


- ¡Perdoname, Señor, porque soy un dálmata!- aludiendo a la fama de que gozaban las gentes de su pago.


Se dedicó con pasión a los estudios. Pero una crisis violenta le mostró el peligro que corría al estar dedicándose a algo que no lo llevaba por el sendero que lo conducía a Dios. Porque sus estudios de literatura le exigían leer libros que lo apasionaban. Y eran justamente aquéllos que habían escrito los paganos. Sus temáticas lo alejaban de su fe cristiana.

Enfrentó el conflicto interior optando por Dios, y luego de varios intentos diferentes, terminó como monje solitario en las tierras de Belén.


De su estadía allí, él mismo nos narra la siguiente anécdota, que les cuento a mi manera.
Era la tarde del Viernes Santo. Jerónimo meditaba la pasión de Nuestro Señor, con todo el fervor que traía de una cuaresma en la que había prolongado sus ayunos, penitencias y vigilias. Estando en esta situación, tuvo una visión. Vio colgado de la Cruz a Jesús en persona que le decía:


-Mirá Jerónimo dónde estoy y cómo estoy por el amor que te tengo.
¿Qué estarías dispuesto a darme a tu vez como prueba de tu amor?


-¡Señor, te entrego toda mi vida, mis ayunos, oraciones y penitencias!-le respondió el ermitaño.


-Gracias Jerónimo-le dijo Cristo-veo que sos un buen muchacho, y te esforzás en serio. Pero lo que me das, a mí en este momento no me sirve demasiado. Yo estoy necesitando de vos otra cosa. ¿Estás dispuesto a dármela?


Impresionado por este pedido, y sacudido hasta lo más profundo de su ser, Jerónimo prometió darle todo lo que fuera.

-¡Señor, te doy mis nostalgias, todo lo que dejé atrás para seguirte, lo que me duele no tener ya! Te entrego todo lo lindo de mi pasado, que vos sabés que fue mucho.


-¡Gracias, Jerónimo! Insisto en que sos muy generoso. Pero no me entendés. Mirame bien donde estoy, y te vas a dar cuenta de que todo eso que me das, a mí en este momento no me sirve para nada. Lo que estoy necesitando de vos es otra cosa. ¿Me la das?


-¡Señor Jesús, estoy dispuesto a todo! Pero ya no sé qué más puedo darte de lo mío. Decime Vos mismo lo que querés de mí, y te lo daré de todo corazón
.
Y Nuestro Señor le dijo entonces:

-Jerónimo: lo que necesito de vos es que me des tus pecados, para no morirme inútilmente.


Peregrinos del Espíritu
Mamerto Menapace

De un excelente milagro de las llagas de San Francisco



En el reino de Castilla hubo un hombre muy devoto de San Francisco que, al ir a la iglesia de los frailes Menores para oír la oración de la noche, lo asaltaron unos bandidos, y sin ninguna compasión lo hirieron tan cruelmente, que cayó casi muerto a sus pies. Al huir los malhechores, uno de ellos, más cruel, le atravesó un cuchillo por el cuello de modo que no pudo quitárselo, y partieron, dejando al herido y creyéndolo muerto.


Ante el clamor de los vecinos acudió mucha gente, y todos lo lloraron pensando que estaba muerto, sin la menor esperanza de vida. Lo levantaron y llevaron a su casa; y estaban los parientes con los preparativos para la sepultura, cuando los frailes tocaron a la oración de la aurora. Al oír la mujer la campana, acordándose que él acostumbraba ir a rezar a la iglesia de los frailes Menores, estalló en un doloroso llanto y decía:


-¡Ay de mí, Señor mío! ¿Dónde está ahora tu fervor y tu devoción? ¡Levántate y ve a la oración, que te llama la campana!


El oyó este llanto, y hacía señas con las manos para que le quitasen el cuchillo, que no lo dejaba hablar, e inmediatamente, ante la vista de todos, le fue quitado rápidamente sin saber por quién, y de repente se levantó completamente sano y dijo:


-Oigan parientes y amigos míos queridos, y miren el admirable poder de San Francisco, de quien fui siempre devoto, y que ahora mismo está saliendo de aquí. Vino con sus santísimas llagas y puso las manos sobre mis heridas; con el olor y la suavidad de las llagas me confortó y me sanó perfectamente. Cuando les indicaba que me quitasen el cuchillo de la garganta, porque no podía hablar, él lo tomó y me lo quitó sin ningún dolor y luego frotó la herida con su mano y me dejó sano como ustedes ven.


En alabanza de Cristo. Amén.


Florecillas de San Francisco de Asís

Cómo de una imagen de San Francisco salió sangre fresca



En un convento de frailes Predicadores en el refectorio estaba pintada una imagen de San Francisco con las sagradas llagas


Un fraile de la Orden, obcecado por el orgullo, no podía ni quería comprender las sagradas llagas; y un día, después de comer, cuando todos los frailes salieron del refectorio, fue hasta la imagen y temerariamente le borró y destruyó totalmente las llagas, y se marchó. Pero, volviendo aquel mismo día, halló la imagen adornada con las sagradas llagas mejor que antes, y de nuevo se las destruyó furiosamente. Cuando volvió otra vez, la imagen ya estaba restaurada.


Muy indignado con esto, la destruyó de tal manera que dejó enteramente desnuda la pared en que estaba pintada; pero de improviso brotó abundante sangre, con tanta fuerza como de un balde cuando acaba de taladrarse; y se mojó la cara, el pecho y todo el hábito del fraile. Cayó por tierra estupefacto, y empezó a gritar y llamar a los frailes. La comunidad se conmovió, y ante los gritos acudieron todos, quedando atónitos y estupefactos por la grandeza del milagro. Con mucha devoción recogieron del suelo la sangre con una esponja, y después hicieron restaurar la imagen muy hermosamente y por la honra del hábito los superiores ordenaron que no se refiriese el caso a nadie fuera de la Orden. Pero aquel fraile dijo que más bien prefería ser echado de la Orden que ocultar un milagro de tanta honra para el Padre San Francisco.


¿Y cómo se vengó de este fraile el humilde Francisco? Cambiándolo de repente en otro hombre. Renunció con mucho fervor a todos sus libros y se convirtió en un hombre de gran oración. Por devoción a San Francisco fue a visitar su iglesia en Asís, y en presencia de muchos frailes Menores confesó muy humildemente el milagro antes relatado, y mostró, con no pocas lágrimas, la sangre que había recogido del suelo. Parte de ella la dejó como testimonio del milagro y parte la guardó por devoción a San Francisco.


Florecillas de San Francisco de Asís

martes, 5 de agosto de 2008

El sueño de María



Tuve un sueño José, y realmente no lo puedo comprender, pero creo que se trataba del nacimiento de nuestro hijo.


La gente estaba haciendo los preparativos con seis semanas de anticipación, decoraban las casas, compraban ropa nueva, salían de compras muchas veces y adquirían elaborados regalos. Era un tanto extraño, ya que los regalos no eran para nuestro hijo; los envolvían en vistosos papeles y los ataban con preciosos moños, y todo lo colocaban debajo de un árbol. Sí, un árbol José, adentro de sus casas; esta gente ya había decorado el árbol y las ramas estaban llenas de adornos brillantes y había una figura en lo alto del árbol, me pareció que era un ángel, era realmente hermoso.


Luego vi una mesa espléndidamente servida, con platos deliciosos y muchos vinos, todo se veía exquisito y todos estaban contentos, pero…no estábamos invitados.


Toda la gente se veía feliz, sonriente y emocionada por los regalos que se intercambiaban unos con otros, pero, sabes José no quedaba ningún regalo para nuestro hijo; me daba la impresión de que nadie lo conocía, porque nunca mencionaron su nombre.


¿No te parece extraño que la gente trabaje y gaste tanto en los preparativos para celebrar el cumpleaños a alguien a quien ni siquiera mencionan y que da la impresión de que no lo conocen? Tuve la extraña sensación de que si Jesús hubiera entrado en esos hogares para la celebración, hubiera sido solamente un intruso. Todo se veía tan hermoso y la gente muy feliz, pero yo sentía ganas de llorar porque nuestro hijo era ignorado por casi toda la gente que lo celebraba.


¡Qué tristeza para Jesús, no ser deseado en su propia fiesta de cumpleaños!


Estoy contenta porque solo fue un sueño,terrible sería si ésto se convierte en realidad....