domingo, 7 de junio de 2009

Arte sacro


Se ha definido el arte religioso como el arte “al servicio de la evangelización y por lo tanto, de la educación en la Fe”. (Este es un objetivo de la Hermandad)
El arte sacro está destinado al culto religioso. Busca generar, en las personas, un acercamiento a DIOS.
Los pesebres cumplen las pautas del arte sacro religioso si despiertan esas emociones y afectos que acercan a las personas a Dios.

Entiendo que el arte sacro religioso debe “respetar el sentido y la esencia de lo religioso”.

Cristo nació y se hizo hombre para todos los hombres de todos los tiempos y de todas las regiones
Cristo nació en un entorno humilde porque sus riquezas no eran las materiales y su Reino no era de este mundo.

Estos valores deben ser respetados en toda expresión artística que represente ese maravilloso misterio del Nacimiento de Jesús.

Entiendo que el arte puede reflejar lo esencial variando lo accesorio. Creo que se puede vestir a las figuras de María, el Niño y José como gauchos o como coyas, pero esto no altera lo esencial. Cristo nació para todos y aunque nació en un lugar y usó un tipo de vestimenta, pudo haber nacido en cualquier otro lugar y con cualquier otra vestimenta. Lo esencial no cambia por la vestimenta. Es más, probablemente las comunidades vean reforzado el mensaje, al ver en ese arte, a la Sagrada Familia vestida como ellas mismas se visten, son “su” Sagrada Familia, que ese Nacimiento los incluye a “ellos” también.

El arte puede representar el lugar del Nacimiento del Señor con una choza, una cueva, un ranchito o un iglú, sin alterar el mensaje de que Cristo nació en un lugar muy humilde. Ese arte trasmite, a cualquier cultura o a cualquier persona, el mismo mensaje. Contrariamente, entiendo que el arte no respeta las pautas sacro religiosas si el Nacimiento se lo representa en un palacio o en un moderno y lujoso apartamento porque estaría negándolas.

El arte puede representar la belleza física y espiritual de la Sagrada Familia y entonces las imágenes de la Sagrada Familia ser representadas por lo que cada artista entienda que es la belleza, independientemente del color de piel, pelo, ojos, altura, etc. Todo ser humano es lindo a los ojos de Dios independientemente de si es rubio o moreno, si es alto o bajo, si su piel es oscura o blanca. Por el contrario entiendo que no se respeta las pautas sacro religiosas si representamos a la Sagrada Familia con formas no humanas (por ejemplo con animales) dado que lo esencial es que Cristo se hizo HOMBRE para los hombres.

El arte moviliza los sentimientos de las personas. Genera en aquellos que lo ven, emociones y reacciones, que varían de persona a persona. Está en la calidad del artista lograr el despertar de esas emociones. Al referirnos al arte sacro religioso estamos refiriéndonos a ese arte que intenta despertar los sentimientos y emociones del hombre en lo referente a lo divino. Las imágenes que cumplen las pautas del arte sacro, siempre manifiestan la cultura de cada comunidad de personas que comparten un credo, pero respetando su cultura, no se alejan del credo.

Guardini en su obra “La esencia de la obra de arte” dice que el arte profano y el religioso comparten un eje común. Ambas nacen del corazón del artista. Sin embargo se diferencian al reconocer que el arte sagrado tiene un contenido basado en la Fe y en la liturgia, que no puede ser omitido o ignorado.

¡Gloria y Paz!


Mercedes González Echeverría



sábado, 6 de junio de 2009

La Santa Cuna


Una de las basílicas más hermosas de Roma es Santa Maria Maggiore o Santa María Mayor, dedicada a la santa Madonna (la madre de Jesús, no esa cantante norteamericana que usurpó el santo nombre).
Debajo del altar mayor de la basílica hay una pequeña cripta en la que se guarda y venera la santa cuna o pesebre en el que María colocó a Jesús después del nacimiento.

No sabemos con seguridad si la reliquia es auténtica, o es un piadoso signo; pero de todos modos los numerosos visitantes que llegan a la basílica se encaminan hacia la santa cuna y la veneran con emoción. La tradición e imaginería del pesebre tienen su origen en el texto de
Is. 1,3: “El buey conoce a su dueño y el burro el establo de su amo; pero Israel no me conoce, mi pueblo no comprende”.
A esta afirmación dolida de Isaías hace eco el evangelio de Juan cuando dice: Jn 1,11 “Vino a los suyos, pero los suyos no lo recibieron”.

El pesebre es al mismo tiempo el signo del máximo acercamiento de Dios al hombre, y del desconocimiento de esta donación divina por parte del hombre; el pesebre es un preludio de la cruz: él vino a los suyos, pero ellos o no lo conocieron, o lo crucificaron.

Para nosotros, católicos, el pesebre es el lugar visible en el que se manifiesta el misterio de la Encarnación.
El Hijo de Dios vino al mundo y “puso su morada entre nosotros” (Jn:1, 14); la primera morada del Dios encarnado fue, después del vientre de María, el pesebre de Belén; en ese pesebre Jesús vivió los primeros momentos de su vida terrena y experimentó las inclemencias del mundo creado.
Sus primeros acompañantes fueron, después de María y José, el buey y el burro (de acuerdo con la imaginería tradicional), los pastores, los pobres.

El Hijo de Dios no nació en un espléndido palacio ni fue colocado en una cuna de oro, como los príncipes, sino en un pesebre. El que era rico con“se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza" (2 Cor 8, 9).

En el lugar donde estuvo el pesebre, situado en la Basílica de la Natividad (Belén), hay una estrella, y cerca de ella un letrero donde se lee:
AQUI NACIO JESUS

La estrella de Belén nos recuerda que “la luz resplandece en la oscuridad, y la oscuridad no pudo sofocarla” (Jn:1, 5).

La luz de Dios ha irradiado desde el pesebre de Belén; podemos decir que el “sol de justicia” nació en ese lugar, hizo su recorrido por el mundo, nos iluminó con su presencia y su palabra, tuvo su ocaso en la muerte en cruz y se hundió en el sepulcro.
Pero volvió a brillar con mayor resplandor en la resurrección; “la luz del mundo”.

En el pesebre se manifestó por primera vez el que es resurrección, como en un nuevo amanecer (muy de mañana según los evangelios), Jesús volvió a brillar y su resplandor ilumina el universo.

Se aproxima una vez más la fiesta de Navidad; ya podemos observar que las vitrinas de los almacenes comienzan a engalanarse con las luces y adornos navideños; desafortunadamente todo esto está motivado por el afán comercial y la sociedad de consumo.

Los que creemos en Jesucristo y celebramos su nacimiento, queremos ver la situación desde otro punto de vista. Nos aproximamos al fin del año litúrgico, y luego vendrá un nuevo Adviento, tiempo de preparación para la venida del Señor.
La liturgia nos invitará a vivir en actitud de espera y de preparación espiritual; veremos las iglesias adornadas con luces y motivos navideños, y veremos los pesebres que representan en forma figurada y artística el misterio que celebramos: el nacimiento de Jesús en el pesebre de Belén.

San Francisco de Asís tuvo la feliz idea de representar en un escenario el nacimiento de Jesús con variedad de paisajes y figuras; así nació el pesebre que conocemos; el primero se encuentra en la basílica de los santos Cosme y Damián, situada en una de las vías de Roma.
Podemos comenzar a preparar el pesebre; comencemos a limpiar las figuras de José y de María, los pastores, las ovejas, los Reyes magos, y todas las demás figuritas que solemos colocar en el escenario de la Navidad; comencemos a idear la forma que le daremos al pesebre este año; sin dañar los árboles y la vegetación , tratemos de poner un poco de verdor en torno a la cuna de Jesús. Y sobre todo pensemos en la forma en que vamos a iluminar el pesebre.
Todo esto forma parte de nuestras tradiciones y de nuestro folclore.

Pero por encima de todo pensemos en la preparación espiritual, en el pesebre del corazón.
Como María que preparó su vientre bendito y su corazón materno para recibir a Jesús y conservar en él todas sus palabras, preparémonos también nosotros para recibir en el corazón a aquel que vino a buscar y salvar lo que estaba perdido, y a hacernos hijos e hijas de un mismo Padre, el de los cielos.

Sólo así tendrá sentido el hacer el pesebre y celebrar la Navidad.
Alguien ha dicho:
“Si Jesús nace en tu corazón, siempre habrá Navidad”


P. Amadeo Pedroza Pedroza c.j.m

viernes, 5 de junio de 2009

Exposición de parte de la colección (capilla Santa Ana-Córdoba) dic/08


La muerte de los pesebres


El poderío de las grandes naciones está menos en la inmensidad de sus ejércitos que en la conjunción de las voluntades, que hace de todo un pueblo una sólida unidad nacional. Esa conjunción, realizada mediantes costumbres y tradiciones amasadas en una larga historia, forma la fisonomía de todo un pueblo y es el fundamento del amor patrio. Pueden ser grandes hechos y pueden ser pequeñas cosas. Es admirable, por ejemplo, la tenacidad con que el pueblo inglés conserva y defiende maneras de convivir que a los que no son de su raza, se les antojan anticuadas y hasta incómodas. Bástenos recordar la obstinación con que se han negado los pueblos de raza anglosajona a adoptar el sistema métrico decimal para los pesos, medidas y monedas.

Este modo de ser es un instinto, que se defiende y perdura, una manera de sobrevivir con su personalidad propia y produce un equilibrio en las ideas y una armonía espiritual, de que carecen los pueblos abiertos a todos los vientos de afuera. Ninguna tradición de un pueblo por mínima que parezca, deja de ser una porción preciosa de su persona, que debemos conservar si no es injusta o dañina. Especialmente aquellas que datan de siglos y que han brotado del fondo de su religión y de su historia nacional. Hacemos estas consideraciones porque nos apena ver cómo van desapareciendo de nuestro pueblo algunas formas espirituales hermosísimas y de la mejor estirpe, suplantadas por otras advenedizas y hasta de un espíritu contrario al nuestro. Antaño nuestros hogares festejaban la Navidad erigiendo en cada casa un Nacimiento o Pesebre que durante semanas, antes y después de la sagrada fecha, era una diversión para los grandes y una ilusión para los niños.

Las imaginaciones infantiles tenían en aquellas múltiples estatuitas un alimento sustancial, desde el Padre Eterno y la Paloma del Espíritu y los Reyes Magos, a quienes guiaba la estrella de Belén, hasta el buey y el burrito que prestaban su amoroso calor al divino Infante.

Era la suma de la Historia Sagrada pues contenía lo más luminoso del Credo católico, la Trinidad, la Encarnación, la Virginidad de la Madre de Dios, la comunión de los santos, la gloria del reino... ¿Podría inventarse nada más adecuado para solemnizar el nacimiento del Niño Dios que un pesebre, construido o completado en cada casa, y en el que trabajan todos, grandes y chicos, los grandes construyendo la armazón con telas engomadas, y pintadas; los chicos sembrando trigo o alpiste en macetas con tiempo para que estuviera nacido en Navidad e invirtiendo los ahorritos de todo el año en comprar animalitos o pastores para aumentar su población, creciente cada año? Ahora, da pena y vergüenza decirlo, el Pesebre o Nacimiento que era una de las más bonitas tradiciones de nuestro pueblo, va siendo suplantado por el árbol de Navidad.

Estamos seguros de que si a un niño le dan a elegir entre un pesebre o un árbol de Navidad, preferirá el pesebre, porque habla más y mejor de su fantasía. El árbol de Navidad es, para nosotros los argentinos, algo exótico, fuera de nuestras creencias y de nuestra geografía. No conocemos nieve en diciembre, y el pino está muy lejos de ser un árbol criollo.

¿Qué puede decirle a un niño ese árbol extranjero, mechado de copitos de algodón, que simulan una nieve anacrónica? ¿Dónde está la Virgen, dónde San José, dónde los Reyes, dónde el Niño Dios? ¿Y cómo podemos festejar la Navidad sin ellos, que son los protagonistas de la fiesta?

No queremos pensar que el árbol de Navidad se haya puesto de moda y esté desterrando al clásico pesebre, precisamente porque haya quienes quieren desterrar de nuestros hogares al niño Dios y a la Virgen y hacer olvidar que la Navidad es la fiesta católica por excelencia. Preferimos creer que los que desairan al Pesebre y adoptan al árbol de Navidad, lo hacen por seguir una moda cuya oscura intención no han advertido.

Es tiempo de reaccionar contra estas tendencias que van borrando las características más puras de nuestro pueblo e infiltrándonos un espíritu contrario a la tradición.

Gustavo Martínez Zuviría (1956)