miércoles, 24 de febrero de 2010

El sayal


¿Por qué hiciste tu sayal de ese color de castaña, Francisco? Tal vez te lo dieron las espigas quemadas. Ellas disimulan la harina blanquísima que las hincha. Así tú disimulabas la santidad.

Pero creo yo mejor que tú te enamoraste por el color de la corteza de los frutos, deseaste para tu sayal este mismo color humilde que hay en la cascarilla de los hermanos frutos.

O tal vez lo elegiste por ser el color de la tierra, desnuda, el más desdeñado; pero que es bueno para el servicio cotidiano.

No te gustaba que lo tejieran con espesura. Querías sentírtelo como la pajuela colandera del trigo. Y lo querías también permeable para que el hermano viento entrara a jugar con tu cuerpo y no te separase mucho de la luz.

¡Tan remendado que lo tenías, Francisco! Andabas sacando siempre de él hebritas para liar las cosas heridas que encontrabas. Y también cuando los matorrales no te conocían, te arrancaban jirones.

Tenerlo entero te parecía una forma de soberbia. Y hasta quisiste que te lo dieran ya usado, con el feo sudor de los otros cuerpos, con la espameña blanquecina en los codos y las rodillas.

A veces te lo hicieron con los restos de otros sayales. Querías sentir que, como llevabas prestado de Dios el cuerpo, llevabas prestada de los hombres la vestidura.

Si tú lo hubieses echado sobre la hiena, hermana del lobo de Gubbio, en el cubil se habría quedado como adormecida al sentirlo, tibio, sobre su lomo.


Motivos de San Francisco
Gabriela Mistral

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