jueves, 15 de octubre de 2009

María Madre


Señora de los nueve meses
Madre de la eterna esperanza,
necesitamos recibir el Hijo
de tus entrañas,
necesitamos que Tú lo des a luz,
para que pueda caminar entre nosotros.

Tenemos necesidad, buena Madre,
de su Palabra que nos libere,
de su amor que nos salve
y de su fuerza para asumir nuestra tristeza.

Al contemplar la hermosura de tu silueta
se despierta en nosotros la esperanza.
Y como Juan, en el vientre de Isabel, también nosotros saltamos de alegría.
Ayúdanos a preparar con entusiasmo su visita.

Que se abran los caminos.
Que se enderecen los atajos.
Que el arrepentimiento de nuestras faltas
nos haga recibir gozosamente al Redentor.

Que los que vivimos en las tinieblas
podamos conocer el resplandor de su luz.
Que los que somos derrotados por el egoísmo
podamos sentir la victoria de su amor.

Madre de nuestra esperanza,
N. Señora del silencio y del consuelo,
bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
María Grávida
P.J.Pontes

Imágenes de María embarazada


Las primeras imágenes : la mayoría de los investigadores defienden ser inspiradas en el Apocalipsis de los Beatos, siglos XI y XII, donde está pintada la escena del dragón contra la Mujer presta a dar a luz. Es la figura que más tarde se adoptará casi intacta en el arte de toda Europa para representar el misterio de la Inmaculada Concepción.

Más tarde se muestra a María en avanzado estado de embarazo con vientre crecido hasta el siglo XIV, o mostrando a Jesús en estado embrionario, las llamadas "Platytera".

Estas representaciones escandalizaron debido al falso pudor de no reconocer la dignidad del cuerpo, es así que en el siglo XIII las imágenes de la Virgen con el vientre crecido fueron casi todas retiradas de los altares, víctimas de una falsa ortodoxia, y ocultadas, mutiladas o enterradas a pesar de que el alma popular las veneraba.

No supieron ver en las imágenes de vientre crecido un signo del maravilloso plan de Dios que escogió hacer brotar de una criatura humana la redención divina, respetándola al consultar María si aceptaba. Es símbolo de algo extraordinario: que del humano naciera el divino, Dios Hijo, sin dejar de ser virgen.

Pocas iglesias las mantuvieron al culto. La mayoría se vendió y llegaron a manos de coleccionistas y museos. Como el pueblo las buscaba tuvieron que buscar soluciones de emergencia. Unos colocaron mantos valiosos en alguna imagen de María y las han repuesto en el lugar de las originales. Otros mandaron a hacerlas en madera, donde la Virgen mantenía la mano sobre el seno pero el embarazo no se notaba.Muchos colocaron imágenes de la Inmaculada Concepción, o las representaron con un lazo en la cintura, conforme al uso de las mujeres embarazadas de la época.

En muchas imágenes y pinturas el embarazo es nítido: en la Anunciación, Visitación a Isabel, Casamiento de María con José, Camino de Belén, Búsqueda de albergue, etc.

Hoy se pueden venerar imágenes de N. Sra Embarazada en muchas parroquias y allí acuden las parejas que desean ser padres.


María Grávida
P.J.Pontes

María embarazada


El arte sacro busca ser intéprete de la fe y gustó representar a María embarazada con el título de Virgen de la Expectación, del Parto, de la O, de la Esperanza, etc.

Esta advocación se originó en el 10º Concilio de Toledo, España, realizado en 656 en la secuencia de la conmemoración de N. Sra. de la Encarnación esparcida desde el siglo VI; por iniciativa de San Idelfonso se oficializó la fiesta para el día 18 de diciembre. A partir de allí se extendió a la Iglesia universal para desaparecer en el siglo pasado de los misales, lo que no significa su extinción.

Su fundamento son los relatos bíblicos, María fue la virgen escogida por Dios para colocar en el mundo al Salvador. Era la novia de José y, según la costumbre judaica, el noviazgo era largo. En el medio de esto apareció a María el Arcángel Gabriel que por delegación de Dios le dijo que daría a luz al Mesías.

La advocación de la Virgen de la Expectación o de la O, surge de las antífonas del Magnificat, en el breviario, de los días 17 al 23 de diciembre, que comienzan con Oh! como preparación para Navidad.


María Grávida
P.J.Pontes

sábado, 10 de octubre de 2009

Dios quería y quiere nuestro amor


"Los suyos no la recibieron"(1, 11), dice el prólogo de san Juan sobre la Palabra encarnada. Al final, preferimos nuestra empecinada desesperación a la bondad de Dios que quisiera tocar nuestro corazón desde Belén. Al final, somos demasiado orgullosos como para dejarnos redimir.

"Los suyos no la recibieron": el abismo de esta frase no se agota en la historia de la búsqueda de albergue que solemos representar una y otra vez con tanto amor en nuestro teatro popular navideño. Tampoco se agota con el llamamiento moral a pensar en los sin techo que pueblan el mundo entero y nuestras propias ciudades, por importante que sea tal llamamiento. Esa frase toca algo más profundo en nosotros, toca el motivo más íntimo y hondo por el cual la tierra no ofrece techo a tantos seres humanos: el hecho de que nuestra soberbia cierra las puertas a Dios y, con ello, también a los hombres.

Somos demasiado soberbios para ver a Dios. Nos pasa como a Herodes y a sus especialistas en teología: en ese nivel ya no se oye cantar a los ángeles. En ese nivel uno se siente amenazado por Dios o bien se aburre de él, En ese nivel no se quiere ser ya de "los suyos", ser "de Dios", propiedad de Dios, sino pertenecerse sólo a uno mismo. Por eso tampoco podemos recibir entonces a Aquel que viene a los suyos, a su propiedad: para hacerlo, deberíamos cambiar, reconocerlo como dueño.

El vino como niño para quebrar nuestra soberbia. Quizá hasta hubiésemos capitulado ante el poder, ante la sabiduría. Pero él no quiere nuestra capitulación sino nuestro amor. Quiere liberarnos de nuestro orgullo y, de ese modo, hacernos verdaderamente libres.

Por eso, dejemos que la alegría de este día penetre en nuestra alma. No es una ilusión. Es la verdad. Pues la verdad -la última, la verdadera- es hermosa. Y es buena. Encontrarla hace bueno al hombre. Ella nos habla desde el Niño que es el propio Hijo de Dios.


La bendición de la Navidad
Joseph Ratzinger
Benedicto XVI

jueves, 8 de octubre de 2009

Virgen del Perpetuo Socorro


La Theotókos, es decir, la Madre de Dios, es el tema preferido de los pintores de iconos, el que más abunda en los museos y en la publicaciones ilustradas de imágenes sagradas orientales, en las iglesias y en las colecciones familiares.

Raramente se representa sola a María, sin el Hijo; la veneración que se le tributa es a la vez alabanza de Aquél que se encarnó en su seno dejando intacta su virginidad, que es lo que quieren decir las tres estrellas luminosas que siempre adornan el manto que cae sobre su frente y ambos hombros para indicar que fue virgen antes, durante y después del parto. Sólo en algún icono tardío y alejado de los cánones tradicionales se le ve a la Madre de Dios el pelo. Normalmente su cabeza está cubierta con un mafórion (velo-mantilla) que baja cubriendo la parte superior de su cuerpo, adornado frecuentemente en los bordes por una especie de precioso galón y franja.

La abreviatura MP-OHOY, que siempre se halla junto al nimbo que rodea su cabeza, signo de su irradiación espiritual, quiere decir Míter Theoú, o sea, Madre de Dios en griego.

La Virgen, llamada en Occidente del Perpetuo Socorro, en Oriente se llama Virgen de La Pasión porque dos ángeles a ambos lados de la cabeza de María presentan uno la cruz y el otro la caña con la esponja. El Niño mira la cruz con pavor y agarra con sus manitas la derecha de la Madre, mientras se le sale una sandalia del piececito quedando suspendida por la correa.


El icono imagen de lo invisible
Sor María Donadeo

miércoles, 7 de octubre de 2009

Virgen Odigítria


Odigítria significa "la que indica el camino" (en griego camino= odós), es decir señala a Aquél que es el camino. La virgen tiene sentado al Hijo en el brazo izquierdo, mientras levanta la mano derecha para señalarlo. El conjunto da una impresión de majestad y solemnidad, acentuada por la posición del rostro de ambas figuras. La Madre no mira a Jesús, sino al que está en oración ante el icono. El Niño, por su parte, no es una pequeña y débil criatura. Tiene la fisonomía de un joven y su Madre le presenta a los hombres como Señor del mundo, Pantocrátor. Está erguido; bendice con la mano derecha y en la otra tiene el rollo de las Escrituras.

El esquema clásico bizantino de la Odigítria ha sufrido algunas modificaciones a lo largo de los siglos; hay iconos en los que el Niño está de lado, vuelto hacia la Madre, y no frontalmente. La Virgen tiene el rostro separado del Hijo en una expresión como de alejamiento con la mirada más allá de él, e inclina levemente la cabeza como para interceder y pedirle.

Este esquema, modificado, se puede ver, por ejemplo, en la Virgen de Tichvin, cuya fiesta celebra la Iglesia ortodoxa rusa el 26 de junio mientras que el tipo clásico de la Odigítria bizantina se conserva en la Virgen de Smolensk, cuya fiesta es el 28 de julio, y de la que hay ejemplares bellísimos en aquella ciudad rusa y en la iglesia principal del Nuevo Monasterio de las Vírgenes (Novij Devicij) de Moscú, actualmente museo.


El icono imagen de lo invisible
Sor María Donadeo

¿Quién lo reconoció y quién no?


Pero ¿lo reconocemos realmente? Al colocar en el pesebre las figuras del buey y del asno tiene que venirnos a la memoria toda la frase de Isaías, que no es sólo un "evangelio"-promesa de reconocimento futuro- sino también juicio sobre la ceguera presente. El buey y el asno conocen, pero "Israel no conoce, mi pueblo no entiende".

¿Quiénes son hoy buey y asno, quiénes "mi pueblo", que no entiende? ¿En qué se reconoce al buey y al asno, en qué a "mi pueblo"? ¿Y por qué se da que la ausencia de razón alcanza conocimiento y la razón es ciega?

Para encontrar una respuesta tenemos que remontarnos una vez más, junto con los Padres de la Iglesia, a la primera Navidad. ¿Quiénes fueron los que no reconocieron al Señor? ¿Y quiénes lo conocieron? ¿Y por qué se dieron así las cosas?

El que no lo reconoció fue Herodes, que no entendió nada cuando le contaron acerca del niño, sino que se encegueció aún más por sus ansias de poder y el correspondiente delirio de persecución (Mt 2, 3). La que no lo reconoció fue "toda Jerusalén con él" (ibídem). Los que no lo reconocieron fueron los hombres vestidos con refinamiento (Mt 11, 8), la gente fina. Los que no entendieron fueron los eruditos, los conocedores de la Biblia, los especialistas en exégesis de la Escritura, que sabían exactamente cuál era el versículo que correspondía, pero, a pesar de ello, no comprendieron nada (Mt 2, 6).

Los que sí lo reconocieron-a diferencia de toda esa gente de renombre- fueron "el buey y el asno": los pastores, los magos, María y José. ¿Es que acaso podía ser de otro modo? En el establo donde está el Niño Jesús no vive la gente fina: allí viven, justamente, el buey y el asno.

Pero ¿y nosotros? ¿Estamos tan lejos del establo porque somos demasiado finos y sesudos para estar en él? ¿No nos enredamos también nosotros en interpretaciones eruditas de la Biblia, en demostrar la inautenticidad o autenticidad del lugar histórico, al punto de quedarnos ciegos para el mismo Niño y no captar nada de él? ¿No estamos también nosotros demasiado en "Jerusalén", en el palacio, afincados en nosotros mismos, en nuestra arrogancia, en nuestra manía persecutoria, como para poder escuchar por la noche la voz de los ángeles, acudir al pesebre y adorar?

Así pues, esta noche los rostros del buey y del asno nos miran con ojos interrogativos: mi pueblo no entiende; ¿entiendes la voz del Señor? Al colocar en el pesebre estas figuras tan familiares deberíamos pedir a Dios que le regale a nuestro corazón la sencillez que descubre en el niño al Señor, como en su día Francisco en Greccio. Entonces podría sucedernos también a nosotros lo que Celano, siguiendo muy de cerca las palabras de san Lucas sobre los pastores de la primera Nochebuena (Lc 2,20), narra acerca de los que participaron en la Nochebuena de Greccio: "todos retornaron a sus casas colmados de alegría".


La bendición de la Navidad
Joseph Ratzinger
Benedicto XVI

El buey y el asno conocen a su Señor


Respondiendo a la indicación de san Francisco, en la cueva de Greccio estaban en la Nochebuena el buey y el asno. Francisco había dicho al noble Juan: "Deseo celebrar la memoria del Niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno".

A partir de entonces, el buey y el asno forman parte de toda representación del nacimiento.

El buey y el asno no son un mero producto de la imaginación piadosa, sino que se han convertido en acompañantes del acontecimiento de la Navidad en virtud de la fe de la Iglesia en la unidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. En efecto, en Isaías 1, 3 dice: "Conoce el buey a su dueño y el asno el pesebre de su amo; Israel no conoce, mi pueblo no entiende".

Los Padres de la Iglesia vieron en esas palabras un discurso profético que preanuncia el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia formada por judíos y gentiles. Ante Dios, todos los hombres, judíos y paganos, eran como bueyes y asnos, sin razón ni entendimiento. Pero el Niño del pesebre les abrió los ojos de modo que, ahora, entienden la voz del dueño, la voz de su Señor.

En las representaciones medievales de la Navidad llama la atención que las dos bestias tienen rostros casi humanos al encontrarse e inclinarse con reconocimiento y veneración ante el misterio del Niño. Era lógico, pues ambos animales fueron considerados como la cifra profética detrás de la cual se esconde el misterio de la Iglesia- nuestro misterio, el de quienes somos frente al Eterno como bueyes y asnos a los que en la Nochebuena se les abren los ojos de modo que reconocen en el pesebre a su Señor-.


La bendición de la Navidad
Joseph Ratzinger
Benedicto XVI

martes, 6 de octubre de 2009

El icono de la Trinidad


Este icono fue pintado por Roublev entre 1422 y 1427. Se inspiró en lo que podemos llamar la revelación veterotestamentaria de la Trinidad, es decir, en el pasaje del Gen. 18, 1-10, conocido como "La hospitalidad de Abraham". En su obra, Roublev ha desplazado el tema: la hospitalidad de Abraham se ha transformado en una contemplación silenciosa del Dios trinitario que se ha aproximado al hombre.

Disfrutemos la belleza de los tres personajes, a la vez muy semejantes y muy diferentes. Sus rostros, tan bellos, graves y graciosos a la vez. Se asemejan entre sí: nariz larga y fina, boca estrecha, mentón muy pequeño, cejas ligeramente arqueadas. Roublev ha querido representar tres ángeles a la vez muy semejantes y muy diferentes. Pensando en las Personas divinas, ha querido subrayar su igualdad, su común divinidad, y a la vez, la unicidad de cada Persona. Cada uno se parece al otro, y, sin embargo, cada uno posee su especificidad.

Los tres personajes configuran un círculo. Pero es más propio hablar de un movimiento circular entre ellos, sugerido por sus miradas, por el juego de sus manos, por la inclinación de sus cabezas.

El centro de los tres personajes es la copa, que atrae claramente nuestra mirada. Esta centralidad indica que el tema de la conversación divina no puede ser otro que la copa. La tradición es unánime en afirmar que esta copa es la copa eucarística.

En su eternidad inaccesible, el Dios Trinitario conversa alrededor de una Copa en la que converge la Bondad sobreabundante de su Corazón.

Para aproximarnos más al coloquio divino, es necesario identificar a los ángeles, optamos por una interpretación sólida y coherente: el ángel central simboliza al Padre; el ángel a su derecha (por lo tanto a nuestra izquierda) es el Espíritu Santo; el ángel a su izquierda (a nuestra derecha) es el Hijo.

El padre está vuelto hacia el Hijo, su Hijo bienamado, en quien se complace. A la vez, su cabeza vuelta hacia el Espíritu significa que le confía una misión: la de guiar a su Hijo en su camino hasta la cruz. La mirada serena y firme del Espíritu, dirigida al ángel de la derecha, le está diciendo al Hijo que lo sostendrá a lo largo de su itinerario.

Completando el silencioso coloquio, la mano derecha del Padre y del Espíritu se dirigen hacia el Hijo y hacia la Copa, realizando un gesto de bendición. Los dos designan a Cristo y son garantes de su misión, dan testimonio de él.

Se puede decir, entonces, que el Padre habla del Hijo al Espíritu, y que ambos dan testimonio de que es el Enviado, incluso y sobre todo en la Pasión, anunciada en la copa.

La copa sobre la mesa está en el Corazón de los tres ángeles. Y esa mesa, que es un altar, aparece abierta del lado del espectador, como si la copa nos fuese ofrecida: es necesario tomar la copa eucarística para entrar en el Misterio de Dios. "Si no beben la sangre del Hijo del Hombre no tendrán vida en ustedes" (Jn 6, 53).


La glorificación de la Trinidad
Instituto de espiritualidad y acción pastoral

lunes, 5 de octubre de 2009

Nuestra Señora del Signo


La Orante, es decir, la figura femenina en actitud de orar con los brazos levantados, se encuentra incluso antes de Cristo, pero se propagó especialmente en los primeros tiempos del cristianismo, como lo prueban los frescos de las catacumbas, o la célebre Virgen de la iglesia de los Blaquernas en Constantinopla.

La Virgen del Signo se representa de cuerpo entero o de medio cuerpo. Cristo está pintando sobre su pecho, frecuentemente dentro de un círculo o un óvalo ( la llamada mandorla ), que significa gloria divina, luz, cielo. En la base de esta denominación está la profecía de Isaías 7, 14: "El Señor os dará una señal: una Virgen concebirá..." Entre los griegos a veces se la llama Platítera, es decir, Mayor "que los cielos", ya que la Virgen ha concebido en su seno a Aquel a quien los cielos no pueden contener.


El icono imagen de lo invisible
Sor María Donadeo

sábado, 3 de octubre de 2009

La piedra mágica


Cierto día llamó a la puerta de una casa de pueblo un extraño hombre. La mujer que atendió se sorprendió al verlo. "¿Qué desea?", preguntó. "Vengo a ofrecerle una piedra mágica, que sirve para hacer sopa. Basta con hacerla hervir, y logrará la mejor sopa que haya probado en su vida".
A la mujer le entró curiosidad y decidió hacer la prueba. Hizo pasar al hombre, y puso una gran olla de agua al fuego. Mientras se calentaba, la mujer corrió a contar el gran suceso a sus vecinos, los que se arremolinaron alrededor del fuego. Cuando el agua hubo comenzado a hervir, el hombre arrojó la piedra mágica a la olla y ante la expectativa general dio una probada.

"¡Deliciosa!", comentó, "Si tuviera un poco de carne le daría mejor sabor". Inmediatamente una de las vecinas salió corriendo y volvió con un gran pedazo de carne que fue a parar a la olla. "Tal vez un poco de verdura también ayudaría", agregó el extraño. Una tras otra, varias vecinas fueron desapareciendo y volviendo con papas, zanahorias, zapallo, chauchas, cebolla, las que fueron cayendo a la olla.

Mientras tanto, otros vecinos fueron trayendo platos y cubiertos, armaron un gran tablón, mientras otros traían sillas de sus casas. Todo el pueblo se había reunido en torno al hombre de la piedra mágica. Uno tras otro fueron recibiendo generosas raciones de la que resultó la más apetitosa sopa que habían probado en sus vidas. Nadie reparó mientras comían, que el extraño había desaparecido, dejando tras de sí la mágica piedra, que ahora podrían utilizar cada vez que deseasen compartir la sopa más deliciosa del mundo.
Mamerto Menapace

jueves, 1 de octubre de 2009

Nuestra Señora de la Ternura


En este icono, los rostros de la Madre y del Hijo están juntos en una expresión de dulce intimidad. Son iconos muy frecuentes, y en Rusia toman el nombre de la ciudad con la que está vinculada la historia de la imagen sagrada.

Entre los iconos griegos de este grupo, algunos llevan como rótulo Glykofilússa, que se puede traducir por "dulce beso" ya que está muy acentuada la expresión de ternura entre la Madre y el Hijo.

La Virgen mira hacia nosotros, algo triste, quizá pensando en el futuro sufrimiento del Hijo para redimirnos.El rostro de Jesús tiene una expresión más compungida de lo que cabe en un niño; en la mirada de la Madre, tan profunda, hay también una tensión espiritual: no sólo toma con cariño al Hijo, sino que lo adora.
El icono, imagen de lo invisible
Sor María Donadeo

Recibir luz y dar luz


La estrella de la Nochebuena es ante todo el mismo Hijo hecho hombre. El es la luz que indica el camino por las calles de la historia. El hace pedazos la superstición, que florece de forma tanto más frondosa cuanto más se pierde la fe. El muestra la ridiculez de la interpretación de los astros, que quiere encerrar al hombre en la necesidad del eterno retorno, en el que no hay nada nuevo sino sólo la reiteración de lo mismo.

Los verdaderos astros del ser humano son los hombres que le muestran el nuevo camino de su corazón y de su vocación. Cristo es la estrella que ha nacido y que, en la fe, nos enciende la luz que convierte después a los mismos hombres en estrellas que indican el camino hacia él. En ese espíritu reza la oración de la segunda misa de Navidad: concédenos que "resplandezca en nuestras obras la fe que haces brillar en nuestro espíritu".

Con ello, la Navidad se hace del todo práctica. Mirar hacia la estrella significa recibir luz y dar luz, hacer que la luz recibida brille dentro del mundo que nos rodea para que se convierta para otros en una indicación del camino. Hay suficientes ocasiones para hacerlo. Aquel cuyo corazón se haya despertado verá a su alrededor a muchos que esperan una luz. No dejemos que se nos llame en vano.
La bendición de la Navidad
Joseph Ratzinger
Benedicto XVI