viernes, 29 de agosto de 2008

Milagro de San Francisco en España


En España existió un señor rico y noble, dueño de una fortaleza. Devoto de San Francisco, lo mismo que su mujer, daba hospedaje a los frailes y era su principal bienhechor.
Como no tenían herederos, por ser estéril la esposa, hicieron voto a San Francisco que, si lograban tener descendencia, lo servirían con toda su casa y darían hospitalidad a todos los frailes de su Orden perpetuamente. El bienaventurado padre San Francisco los favoreció desde lo alto y recibieron de Dios un hijo.

Sucedió que, cuando este niño tenía ocho años, un día su madre salió temprano para ir a la iglesia, como de costumbre, dejándolo dormido en casa. Cuando se despertó y vio que era de día, se levantó, y dirigiéndose luego a la huerta, subió a un árbol a comer cerezas, que justamente estaban maduras. Pero inclinándose descuidadamente cayó del árbol sobre unas estacas agudas y quedó clavado en una, que le entró por el vientre y salía por la espalda.

La madre volvió de la iglesia, y advirtió que el niño se había levantado; pero al creer que estaría, como otras veces, con los sirvientes, no pensó en buscarlo hasta que tuvo la mesa puesta para comer con su marido. Buscándolo entonces y llamándolo por todas partes los criados, entraron por fin en la huerta, y viéndolo muerto de esa forma tan trágica, avisaron a los padres.

Estos corrieron con dolor y llanto, y hallaron a su hijo ya muerto y atravesado por la estaca. Lo sacaron de allí, y entre alaridos de dolor lo llevaron a casa, y estaban al lado del cadáver, profundamente apenados por la desgracia, e invocaban a San Francisco, cuando el portero les anunció que venían hacia el castillo dos frailes Menores.

Al oír esto, los padres del niño pidieron que nadie diese muestras de pena ni de llanto, sino que todos los acompañasen a recibir a los frailes con un rostro alegre, como acostumbraban, y que preparasen agua para lavarles los pies.
Llevaron el cadáver a otra habitación interior, salieron al encuentro de los frailes, los recibieron con mucho agrado y benignidad y les lavaron los pies.

La señora hizo llevar el agua en la que les había lavado los pies a la habitación donde yacía muerto el niño, invocó con lágrimas a San Francisco(pues tenía confianza en Nuestra Señora y en los méritos de su siervo), metió con sus manos el cadáver en el cubo, y comenzó a lavarlo y echarle agua en el vientre y en la herida, y decía:

-San Francisco, devuélveme ahora el hijo único que por tu intercesión me dio el Señor, para que con los dos favores quedemos más obligados a dar gracias a Dios y a ti, yo y toda mi casa.

¡Algo increíble! A la vista del padre y de la madre y de muchos de la familia, el niño se levantó sano e incólume, sin que le quedase otra señal que una pequeña cicatriz en el vientre, como testimonio de tan gran milagro.
El llanto doloroso de los parientes y allegados se convirtió en lágrimas de gozo y alegría. Padre y madre acudieron a comunicar el hecho a los frailes que habían dejado en la sala y darles las gracias, pero ya no pudieron hallarlos.

Entonces prorrumpieron en alabanzas al Señor, con lágrimas vivas, y reconocieron unánimes que San Francisco había venido a resucitarles el hijo.



Este milagro lo relató fray Guillermo Quertorio, Provincial de Génova, hombre de probada honestidad y famoso en la Orden, el cual, de paso por España, al Capítulo General, se hospedó en casa de este noble señor, padre del niño resucitado.



Florecillas de San Francisco

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