viernes, 22 de agosto de 2008

Confiar en Dios



Cuentan que un andinista desesperado por conquistar el Aconcagua, inició su travesía después de años de preparación, pero quería la gloria para él solo, por lo tanto subió sin compañeros.
Empezó a subir y se le fue haciendo tarde, y más tarde, y no se preparó para acampar, sino que decidió seguir subiendo deseando llegar a la cima.


Oscureció, la noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña, ya no se podía ver absolutamente nada. Todo era negro, cero visibilidad, no había luna y las estrellas estaban cubiertas por nubes. Subiendo por un acantilado, a sólo 100 metros de la cima, se resbaló y se desplomó por los aires…caía a una velocidad vertiginosa, sólo podía ver veloces manchas cada vez más oscuras que pasaban en la misma oscuridad y la terrible sensación de ser succionado por la gravedad.


Seguía cayendo…y en esos angustiantes segundos, pasaron por su mente todos los gratos y no tan gratos momentos de su vida, pensaba que iba a morir. Sin embargo de repente sintió un tirón tan fuerte que casi lo parte en dos…


¡Sí! Como todo andinista experimentado, había clavado estacas de seguridad a una larguísima soga que lo amarraba de la cintura. En esos momentos de quietud, suspendido por los aires, no le quedó más que gritar:

¡Ayúdame, Dios mío!


De repente una voz grave y profunda de los cielos le contestó:


¿Qué quieres que haga?

¡Sálvame, Dios mío!
¿Realmente crees que te pueda salvar?
¡Por supuesto, Señor!
Entonces corta la cuerda que te sostiene…


Hubo un momento de silencio y quietud, y el hombre se aferró más a la cuerda…

Reporta el equipo de rescate que al otro día encontraron al andinista congelado, muerto, agarrado con fuerza a una cuerda…a tan sólo 12 centímetros del suelo….

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