jueves, 23 de octubre de 2008

La pérdida y el hallazgo de Jesús


No siempre se encuentra Jesús donde se lo busca; pero con frecuencia se lo encuentra donde menos se cree. Por eso que nadie presuma de ser el único en poseer a Jesús; que nadie desprecie a otro porque ignora en qué medida puede agradar internamente a Dios, realidad esta que escapa a los hombres, aun cuando por su exterior pueda él parecer un individuo insignificante.

Por consiguiente, no debe parecerme una cosa extraña ni una novedad que yo pierda a Jesús. Pero sé que esto sería dañoso para mí y muy doloroso para mi corazón. Confieso que soy culpable y digno de graves castigos, porque no he guardado bien mi corazón y me he portado con mucha tibieza y negligencia. Debido a lo cual he perdido la gracia de Jesús y no sé quién me la podrá restituir, si él mismo no se dignara una vez más tener compasión de mí que soy un pobrecito.

Clementísima Madre de Dios, socórreme en esta desgracia; ayúdame, Señora mía; protégeme, amadísima Virgen María, puerta de la vida y de la misericordia. Te pido aliento y ayuda. Tú conoces mejor que ninguno qué gran dolor causa la pérdida de Jesús y cuánta alegría reporta su hallazgo.

Dado que tú eres la que está más cerca de Jesús, quédate a mi lado hasta que lo encuentre. Después de haberlo visto y encontrado, cantaré jubiloso en tu compañía: "Alégrense todos conmigo porque he hallado a Aquel a quien ama mi alma".

Imitación de María
Tomás de Kempis

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