miércoles, 25 de junio de 2008

Mis hermanos los pájaros


Algo en la naturaleza de Francisco no resistía el llamado de los caminos. Un día seguido por algunos compañeros, dejó la Porciúncula y se dirigió hacia Espoleto cantando en francés, según su vieja costumbre.

Cuando estaban por llegar a la antigua Bavegna, pequeña y encantadora urbe que habría de desempeñar un importante papel en la disputa entre el Papa y el emperador y cuyas murallas almenadas conservan ese aire de vigilar cualquier acercamiento sospechoso en un pliegue del terreno, pájaros de todos los plumajes esperaban a Francisco en una vasta pradera de las inmediaciones de la ciudad.

También había una cantidad increíble en los árboles de los alrededores. Las cornejas y sus parientes, los grajos negros de pico largo, ponían en el auditorio una nota seria suavizada por los tonos diáfanos de las palomas salvajes y los pechos anaranjados de los pardillos. Estaban todos los pájaros del campo, los rebuscadores y los que no vivían más que para cantar y los que habitaban en las rocas o anidaban en los surcos. Ninguno se movió, ni una sola urraca, cuando Francisco se acercó. Los saludó con la bendición acostumbrada en la hermandad: “Que el Señor esté con vosotros”. Rogando entonces a sus hermanos los pájaros que le prestaran atención, les dio un sermón lleno de sentido común y de amor.

Primero los felicitó por la manera en que estaban vestidos, dejando de lado el gorjeo para no ofender a nadie, y por la sublime independencia que le daban sus alas. Tenían todo el cielo para sus retozos; vivían sin la preocupación por el mañana, ya que el alimento les era generosamente brindado cada día. ¡Cómo los amaba Dios! Y él, Francisco, decía a sus hermanos, los pájaros, que debían dar gracias a Dios todo el día.

Los pájaros manifestaron la alegría que les causaba oír estas palabras sacudiendo las alas y estirando el cuello para ver mejor a su hermano Francisco, pero lo notable es que seguían guardando silencio. Y, cuando empezó a pasearse entre ellos, rozándolos con su hábito, se quedaron junto a él y no volaron hasta que él les dio permiso.
Luego de lo cual, en la plaza de la pequeña ciudad fue a predicar a los hombres.


Hermano Francisco
Julien Green

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