martes, 24 de junio de 2008

Aprovechando dificultades


La tradición ha hecho de San José un paciente carpintero, pero sobre su figura se nos dice muy poco en los evangelios. El resto han tratado de complementarlo las tradiciones de cada pueblo.
Un antiguo cuento catalán nos trae esta hermosa historia, del tiempo en que San José se dedicaba a preparar la cuna para el Niño Jesús. Aunque sabemos que luego no la pudo utilizar, porque hubo que partir de apuro para Belén. Allá ocuparía su lugar un sencillo comedero de animales.


El Santo Patriarca tenía muy pocas herramientas, y además muy primitivas. De las guerras antiguas le había quedado como herencia de familia una vieja espada, ancha y corta, con la que se las ingeniaba para cortar las maderas. Imagínense el trabajo que le llevaba el poder realizarlo con ese instrumento. Pero como necesitaba cortar un tronco haciéndolo tablas, gastó toda la mañana afilando lo mejor que pudo la vieja espada. Con ella pensaba cortar, por la tarde, la madera de la cuna del Señor.


A mediodía la herramienta había quedado muy filosa, pero él estaba agotado por el esfuerzo. Era de muy buen sueño-como toda persona con la conciencia tranquila-y luego de comer se fue a tirar un rato para dormir la siesta, mientras María terminaba de arreglar la cocina.


El diablo estaba furioso. No podía lograr nada en esa casa. Allí se cumplía con alegría la voluntad de Dios. Cierto: no había demasiadas cosas, y las pocas con las que se contaba no lograban encadenar el alma de ninguno de los dos. Pero mandinga estaba decidido a hacer una de las suyas, para ver si podía hacerle perder la paciencia a San José.
Y el Señor Dios se lo permitió. Porque sin su permiso, nada malo puede sucedernos. Y si algo nos sucede, a la larga es para nuestro bien. Siempre que nosotros no le hagamos caso al Malo, que nos quiere hacer perder la confianza en la bondad de Dios.


Entró Lucifer al tallercito, y con la misma lima con la que el Santo había afilado la espada se dedicó a mellársela. Y como quería sacarlo de sus casillas, hizo su trabajo con esmero. Colocó la espada con el filo para arriba y la afirmó bien apretándola con la morsa. Luego con la lima la fue mellando de ida y de vuelta. Hasta le salió un trabajo prolijo, porque mandinga no es manco cuando se pone.


Cuando San José se levantó y quiso retomar su trabajo, se encontró que su pobre espada estaba desfigurada. En lugar del filo quedaba una hilera de dientes trabados de derecha a izquierda y de izquierda a derecha. Aparentemente el instrumento había quedado inutilizado de punta a punta. Pero no: San José agradeció a Dios lo que había sucedido. Porque, sin querer, el diablo había inventado el serrucho.


Peregrinos del Espíritu

Mamerto Menapace

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