jueves, 3 de septiembre de 2009

Un drama que se repite siempre


El icono de Navidad de las iglesias orientales adquirió sustancialmente su forma ya en el siglo IV y reunió en ella todo el misterio de la Navidad. Ese icono expresa la profunda relación entre la Navidad y la Pascua, entre el pesebre y la cruz, la armonía entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, la unión del cielo y de la tierra en el cántico de los ángeles y en el servicio de los pastores. Cada figura en ese icono tiene un profundo y arcano significado.

En el icono se asigna una función muy peculiar a san José. El está sentado a un costado, sumergido en profunda reflexión. Delante de él se encuentra, vestido de pastor, el tentador, que le habla con texto de la liturgia y le dice: "Así como tu cayado no puede brotar, así un viejo no puede ya engendrar ni una virgen puede dar a luz". La liturgia agrega: en su corazón se abatió una tempestad de pensamientos contradictorios, estaba confundido. Pero, iluminado por el Espíritu Santo, canta: ¡Aleluya! Así el icono presenta en la figura de san José un drama que se repite siempre: nuestro propio drama.

Es siempre lo mismo. Una y otra vez nos dice el tentador: sólo existe el mundo visible y no hay encarnación de Dios ni nacimiento de la Virgen. Es la negación de que Dios nos conoce, de que nos ama, de que es capaz de actuar en este mundo. De ese modo, en lo más hondo es una negativa a la gloria de Dios. Es la tentación de nuestro tiempo, que se presenta con tantos motivos eruditos y aparentemente muy nuevos que parece irresistible. Pero es siempre la misma tentación.

Pidamos al Dios bondadoso que envíe la luz del Espíritu Santo también a nuestros corazones. Pidamos que nos regale también a nosotros el poder salir de la obstinación en nuestras aspiraciones, el ver llenos de alegría su luz y cantar: ¡Aleluya! ¡Verdaderamente, Cristo ha nacido, Dios se ha hecho hombre! Pidámosle que también en nosotros se verifique la frase de la liturgia oriental que dice: "Te traemos una Madre Virgen. Te nos traemos también a nosotros, más que un regalo monetario: te traemos la riqueza de la verdadera fe, a ti, el Dios y Salvador de nuestras almas".


La bendición de la Navidad

Joseph Ratzinger
Benedicto XVI

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