martes, 10 de noviembre de 2009

Cuajada y fermento


En el campo se trabaja con la vida. Quizá sea el aspecto más característico de los trabajos rurales. Aquí hay que respetar los ciclos y hay que acompañar procesos. La vida es así. Nadie puede sembrar trigo en Navidad y cosecharlo en Pascua. Por más tierra que mueva, si no respeta las leyes de la vida, lo único que consigue es perder tiempo. Cada cosecha tiene su época, y está precedida por la siembra, los laboreos y el crecimiento. A la vida hay que acompañarla y alimentarla. No se la puede inventar ni apresurar.

Esto sucede así, hasta cuando se hace el queso. Algunos creen que al queso se lo fabrica. Pero en realidad nace y madura como cualquier realidad que tiene vida.

No quiero hacer alardes de conocimiento. Simplemente comparto lo que yo mismo aprendí desde pequeño y luego comprendí siendo ya mayor. Esto es bueno que lo sepan todos aquellos a los que les gusta el queso.

Dos grandes realidades intervienen en su nacimiento: la cuajada y el fermento. Lo primero, en realidad es algo muy sencillo. Todo es cuestión de tener un poco de verdadero cuajo. Una pequeñísima cantidad se mezcla con un gran volumen de leche, y en poco tiempo se opera una crisis en la tina. Lo sólido se condensa en la masa, y el líquido se separa formando el suero. Todo depende de la fuerza vital del cuajo. Este verdaderamente es una fuerza poderosa que actúa en forma inmediata, y su función es muy precisa: obliga a optar, separa, discierne la realidad profunda y a cada cosa le da su identidad.

Pero si todo quedara ahí y se pretendiera poner el resultado en un molde, sólo se conseguiría un queso insulso, o lo que es peor, uno se expondría a que el producto fermentara de manera imprevisible. Se hace necesario el fermento.

Se trata de otra relidad viva. Un pequeño volumen de leche ha sido previamente esterilizado, y llevado a una temperatura óptima aislándolo de las corrientes de aire y de las moscas que pudiera haber en el lugar. Se le ha dado todo el tiempo necesario para que en él se desarrolle la vida de ciertas bacterias bien definidas, generalmente oriundas del lugar y que allí se han sembrado con sumo cuidado, luego de haber constatado su pureza. Con el fermento se es muy exigente. En él no pueden admitirse interferencias de otros fagos, es decir de vida extraña o contraria.

Este volumen de fermento es relativamente pequeño, en comparación con el total de la leche que se está cuajando. Pero la intensidad de la vida que tiene, hace que toda la masa adopte su proceso y reproduzca sus notas fundamentales. Produce un efecto similar al de la levadura en la mas del pan. De él depende el gusto y la identidad específica. Un queso es de esta variedad, y no de otra, gracias al fermento que lo ha hecho madurar. El le da el sabor, el aroma y la consistencia. Y por lo tanto su valor propio.


Muchas veces he sentido discutir el problema de lo que es prioritario en la evangelizacíón de la juventud. Algunos afirman que debería ser masiva, a fin de abarcar la totalidad de los jóvenes mediante el anuncio escueto de la buena noticia de Cristo Nuestro Salvador, para que los jóvenes opten. Otros afirman que se deben preparar grupos de vida intensa, que introducidos en la masa la vayan fermentando por su fuerza propia.

Creo que las dos realidades están muy lejos de oponerse. Se exigen mutuamente. Un anuncio masivo, que lleve a la opción, debe ser cualificado por la acción de grupos de una intensa vida espiritual y comprometida. Estos grupos no se improvisan. Necesitan ser preparados cuidadosamente y con una dedicación atenta.

Cristo mismo gastaba mucho tiempo con las multitudes, a las que dedicaba a veces jornadas enteras. Anunciaba la realidad del Reino, y la misericordia del Padre. Pero luego en privado, preparaba intensamente a su grupito de discípulos, para que fueran fermento, sal y luz. Con ellos era muy exigente.


Cuentos rodados
Mamerto Menapace

domingo, 8 de noviembre de 2009

El científico y la rosa


Se trataba de un científico en serio. No de un guitarrero. Le habían pedido que estudiara los problemas de una planta de rosa que estaba pasando por dificultades en su período de floración.

Tomó las cosas muy en serio. Primero estudió la tierra. Descubrió que estaba cerca de una pared cuyos cimientos llegaban hasta la tosca. La greda extraída había sido tirada precisamente en el lugar donde luego tuvo que estar el rosal. Se trataba de una tierra con historia y con condicionantes en parte negativos. Además, toda la lluvia que caía sobre aquella parte del tejado, se descargaba en el alero que daba justo sobre la planta. Podía suceder que a veces hubiera un exceso de humedad. Carecía de sol por la mañana; en cambio de tarde lo tenía en demasía, por el reflejo de la pared encalada que le devolvía duplicado el calor.

Había muchos porqués en la historia previa de su tierra, y en la geografía que le tocaba compartir. Pero también los había en su propio ser de rosal y en la historia de su crecimiento. Porque la variedad no era la más adaptada a este clima. Fue plantada fuera de época, y de pequeña había sufrido un serio accidente que por poco termina con su existencia.

¡Cuántos traumas y condicionantes! Realmente al leer el informe, era como para desesperarse.

¿Qué se podía hacer? Aparentemente se trataba de circunstancias irreversibles. o muy poco variables ya.

Pero aquí estaba, a mi parecer, la equivocación. La suma de todos los porqués del pasado de la rosa, no daban ninguna explicación sobre el para qué de su existencia allí, en ese lugar y en esas condiciones. Todos los porqué se referían a su pasado, y eran simplemente informes sobre la realidad existente y comprobable. Y lo que en realidad interesaba era el presente de la planta y su futuro.

Fueron nuevamente al científico, para pedirle un consejo. Más que ello, quizá, quisieron saber para qué la planta estaba justamente allí y no en otro lugar. Para qué se le pedía a la pobre rosa que viviera en esa geografía e historia con tantos condicionantes negativos. Y el hombre, que era un científico, no un guitarrero, les respondió:

-Eso no me lo pregunten a mí. Pregúntenselo al jardinero.

Y era cierto. La respuesta estaba integrada en un plan mucho más amplio que el de la simple historia comprobable de la planta. El jardinero tenía un proyecto en su totalidad, que abarcaba todo el jardín. En su sabiduría, conocía muy bien todo lo que con su ciencia descubriría el científico. Y sin embargo quiso que la rosa viviera, y que su existencia embelleciera dolorosamente aquel rincón del jardín, comprometiéndose a vigilar sus ciclos y a defender su vida amenazada. El jardinero estaba comprometido tanto con la rosa como con toda la vida y la belleza del jardín. Esto dependía de un plan nacido en la sabiduría de su corazón, y que por tanto no podría nunca ser investigado por el científico, que reducía su búsqueda a la mera existencia de la planta individualmente considerada en su geografía concreta.


Al médico podrás preguntarle sobre los porqués de tu dolor.
Al psicólogo sobre la raíz de tus traumas. Al historiador y al sociólogo el pasado que te condicionan.
Pero el para qué fuiste llamado a la vida aquí y ahora, eso tenés que preguntárselo a Dios.
Jesús decía: -Mi Padre es el Jardinero.

Cuentos rodados
Mamerto Menapace